domingo, 3 de mayo de 2020

IV Domingo de Pascua, ciclo A (2020) Domingo del “Buen Pastor”


El buen pastor nos guía con amor hacia el amor. 

No creo haya una figura más entrañable y significativa en todas las Sagradas Escrituras, para referirse a Dios y a su Hijo Jesucristo, que la del buen pastor, que guía y da la vida por su rebaño. Llegados a las entrañas de la gran Pascua, la Iglesia, en este domingo, celebra y reflexiona sobre el ministerio pastoral de su Señor, que se cuida de la grey, en definitiva de cada uno de nosotros individualmente y de todos juntos, como pueblo de Dios.  

La escena pastoril era en aquel entonces muy cercana a la gente, que veía casi diariamente los


 apriscos y los rebaños caminando tras su pastor, al modo oriental (puesto que en occidente el pastor suele ir detrás), yendo a por pasto y al abrevadero a beber.

 La vida ahora se ha sofisticado mucho y los niños para tener noción de estos elementos tan esenciales de civilización, tienen que visitar una granja escuela. Hemos perdido pues en naturalidad, quizá demasiado atrapados por la urbe, donde predomina la obra del hombre, y conviene no perder de vista el lugar de donde surgimos, el entorno natural, y nuestras primeras interacciones con él, donde se reconoce más fácilmente la obra de Dios. No en vano, S. Bernardo decía en una de sus epístolas escucha a un hombre de experiencia, aprenderás más en los bosques que en los libros. Todo un programa de vida… La tecnología, la obra de nuestras manos, nos hace la vida más plácida, más cómoda, pero no más humana. Hemos progresado sorprendentemente en nuestro dominio del mundo, pero no de nosotros mismos, o sea de nuestro corazón, pues, que yo sepa, no somos ni mejores, ni más espirituales, que los hombres de antaño. Y sin embargo, el impulso bucólico, pastoril, emerge continuamente en el corazón del hombre, que aspira y suspira por alcanzar la descansada confianza de una oveja con su pastor, un pastor que le asegure una vida tranquila y sobreabundante, dado que, por mil motivos, el hombre ve amenazada continuamente su existencia.


 Necesitamos pues de un pastor y Cristo así se nos ofrece hoy. Observamos que siendo seres superiores a las ovejas no gozamos de mayor paz que ellas, pues nuestras grandes batallas se originan y despliegan en nuestro indómito corazón. Somos capaces de mucho por fuera y de poco por dentro. Nos molesta, con esa soberbia heterónoma, que nos caracteriza, querer ajustar nuestra vida a un Dios que se revela pastor de nuestras vidas. Somos esencialmente seres sociales, pero nos pasamos la mayor parte de la vida erigiéndonos como centro de todo, con un desmesurado aprecio por nuestro ego. Pero cuando estemos verdaderamente cansados de nuestras inútiles pasiones y de nuestros estériles trabajos, aprenderemos a descansar en tan buen pastor como es el Señor. Además somos muy dados a guiar a otros por nuestros senderos, pero no tanto a ser guiados por la luz de Dios.

 En la historia social ya hemos sufrido a demasiados que quieren arrastrarnos tras de sí por la violencia de las armas o por la imposición de las ideologías. A nivel más de historia personal ¡cuánto hay que combatir ese frenesí que se oculta en todos, de un desmedido deseo de gobernar la vida de los demás, cuando tenemos la nuestra por organizar!…Sólo el Señor es en verdad el buen pastor, que nos guía con amor hacia el amor.


 Buen pastor y bello pastor, el adjetivo es el mismo en el griego original para denominar bueno y bello, ὁ ̟οιµὴνὁ καλός. Belleza y bondad se identifican en Dios y en todos aquellos que reciben la abundante vida del amor de Dios. Y es que no puede haber mejor belleza que la bondad, cualquier otra es engañosa. Trabajemos pues por mejorar nuestras vidas. En el discurso de S. Pedro, en la primera lectura, los oyentes, conmovidos, preguntaron ¿qué tenemos que hacer? Siempre hay tarea de la fe, o sea implicación de la voluntad, primero con el deseo, luego con la acción, por último como perfección con la pasión.


Esta es la secuencia de la obra del hombre que responde a la llamada de Dios: desear, actuar, padecer. Y S. Pedro les dice escapad de la generación perversa. Porque hay un dinamismo social que ahoga la obra divina en nuestro corazón. Si nos dejamos vencer por él, nos pasamos la vida persiguiendo espejismos y estableciendo relaciones “tóxicas” con los demás, como dicen ahora. En pocas palabras, nos deformamos. Escapemos de estas trampas y vayamos tras el buen pastor Cristo, capaz de satisfacer las ansias de amor de nuestro corazón. Sólo Dios da perfección a la vida del hombre. Este principio es indiscutible para un creyente.
  
En la parábola del buen pastor, Jesús se autodefine como puerta, es decir como acceso, y único acceso, a una realidad superior quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos, así ha hablado el Salvador. Si entramos en Cristo, o sea si penetramos su corazón, por nuestro ardiente deseo, nuestra pobre acción y débil pasión, participaremos del doble movimiento de su corazón, “entraremos y saldremos”, como dice el Evangelio, que podríamos interpretar como que gozaremos del sístole de la misión, o sea nuestra entrega a la evangelización ya no dependerá de nuestros gustos y estados de ánimo, y gozaremos del diástole de la comunión, es decir, que nos congregará más allá de nuestras filias y fobias, como sólo el amor puede conseguir. Así nos lleva a buenos pastos el corazón del buen pastor. 
No nos cansemos, hermanos, de pertenecer al débil rebaño del Señor, no miremos ni a derecha, ni a izquierda, ni siquiera a nosotros mismos, para no desanimarnos con tanta fragilidad humana; más bien fijemos nuestra mirada en Aquél que nos abre camino, invencible, como buen pastor, que nos ha prometido vida y vida en abundancia y si nos lo ha prometido, Él mismo lo llevará a cabo.
¡Así sea!



 Luis Miguel Castillo Gualda 
 Rector de la Basílica del Sagrado Corazón 

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