domingo, 10 de mayo de 2020

V de PASCUA y FIESTA de la VIRGEN de los DESAMPARADOS



Muestra que eres Madre de desamparados

Hermanos, amigos, cristianos de Valencia, estamos celebrando a la Mare de Déu dels Desamparats, a nuestra dulce y entrañable Madre, que en maternidad ninguna le gana a la que es nuestro celestial amparo. 

Permitidme abandonar por una vez el rigor de la homilía y de los textos bíblicos del V domingo pascual, para dedicarme a ensanchar el corazón y a cantar a María, como correspondería a un juglar, que desea expresar las glorias de tan gran dama.

Debido a la situación sufriente que atravesamos, con la fastidiosa pandemia, la 

imagen de nostra Mareta no paseará este domingo por nuestras más significativas e históricas calles de la insigne ciudad de Valencia.
 No saldrá de su mágica basílica con el tradicional y concurrido traslado por la calle del Micalet entrando en la Seu por la puerta de los Hierros, ni procesionará a la tarde por la calle de caballeros, ni por el Tossal, la Bolsería, ni junto al Mercat y la Lonja, cuando pasa tan cerca de nuestra venerable basílica del Sagrado Corazón, ni por la calle de Avellanas, volviendo a la catedral por la Almoina, cubierta por una nube de pétalos que proporcionan a la ciudad un color y perfume sin igual.
 No lo hará, pero nuestra venerable patrona se paseará tanto cuanto le dejemos e invoquemos sinceramente por los rincones más ocultos de nuestro corazón. Seamos generosos para cantar, alabar y festejar a nuestra gran Madre. Hagámoslo sin medida, pues si el equilibrio es propio de la virtud, en cuestión de amores y amores hacia una madre, se impone el exceso. Decía S. Agustín que la medida del amor a Dios es amar sin medida (Ep. 109, 2), y es que con Dios siempre hay que ir más allá, superando límites, liberando el amor, que por desgracia demasiado cautivo lo tenemos. Pues con la que es Madre de Dios, por serlo de Cristo, también es oportuno superar límites. Si no lo hacemos por una buena madre, ¿por quién lo haremos?... 


¿Quién no ha experimentado el consuelo y la fortaleza que emanan de esta Virgen Poderosa al mirarla en su camarín de la basílica, al que hemos llegado muchas veces rotos y del que hemos salido tersos, entusiasmados y confiados? Hermanos nos hace falta mucho amor de Madre y por desgracia nos sobran muchos odios y desconfianzas ¿Cómo es posible que vivamos a veces con tan poco amor, quienes somos en verdad hijos de una Madre tan amante y tan amable? Supliquemos en este día, para que aflore y germine en todo su esplendor en nuestros corazones la mejor herencia de nuestra gran Madre, que es amar, y amar calladamente, cociendo el pan de nuestra vida en el silencio de nuestros corazones...como Ella que lo guardaba todo en el corazón (Lc 2,19). Estoy más que seguro, de que confiando en su intercesión no nos perderemos, o sea, que Ella conseguirá que lo que Dios comenzó en cada uno de nosotros pueda llegar a su buen término.

Así pues y a pesar de las dificultades sociales que atravesamos y de las miserias personales que arrastramos, con la audacia de quienes se sienten amados, busquemos a Dios, que viene siempre a nosotros, y hagámoslo escondiéndonos en el Corazón de María, tan rico en tesoros espirituales. Sólo a quien lo desee, el Espíritu Santo le enseñará a hacerlo. Fruto del amor es moverse libremente en el corazón del amado.

Cierto que la iglesia es Cristocéntrica, pues no hay otro redentor que el Señor Jesús, pero no menos cierto es que este misterio de la Iglesia, que confesamos en la Fe, es esencialmente mariano. Si no se tiene el “aroma de María” no se es iglesia. Como afirma el gran teólogo Hans Urs von Balthasar en Espiritualidad, hay una perfecta identidad entre el carisma de María Virgen, Esposa y Madre y la espiritualidad de la Iglesia-Esposa, también Virgen y también Madre, pues en la respuesta afirmativa de María a Dios, permitiendo la Encarnación del Verbo, se da el prototipo de todas las respuestas afirmativas dadas por los creyentes a Dios a lo largo de sus vidas y de la historia. María reúne en sí todos los estados de vida aparentemente tan irreconciliables: virginidad - matrimonio, laicado - sacerdocio, actividad - contemplación. María y la Iglesia se identifican plenamente.
 María impregna toda realidad eclesial sin quitar protagonismo y centralidad alguna a su Hijo. Como buena y feliz madre se complace de los éxitos de sus hijos, es decir de ver coronada la obra de Dios en cada uno de nosotros.
 No es feliz por la ausencia de sufrimiento, que no se le ahorró a esta Virgen Purísima, sino por reconocer a su Hijo Cristo en cada uno de nosotros. Por eso las fiestas de María tienen algo de especial, son profundamente eclesiales y además nos tocan el corazón, porque son las fiestas de la Madre y ¿qué familia no celebra de forma especial la memoria de su madre, esto es, de aquella que es el pilar del hogar?

Dejémonos llevar por los fervores a nuestra Reina, pero no quedemos atrapados por ellos, más bien suspiremos por conseguir los rendidos amores, que no tienen igual, y así profesaremos la más excelente y genuina devoción a nuestra celestial patrona, o sea, dar el corazón a Cristo, entregar nuestra voluntad a Dios. 

¡Geperudeta, que no dejas de inclinarte para mirar al pueblo de Dios, la patria valenciana s´ampara baix ton mant, muestra pues, que eres una madre tierna y solícita, dulce clemente y piadosa. No nos desampares en las presentes calamidades de esta vida, ni en la muerte, ni en el tribunal de Dios. Tú, La rosa perfumada, enséñanos a coger con alegría las rosas de esta vida y dejar en el olvido las espinas amargas de la existencia. Muy débiles nos vemos, pero al mirar a tus ojos misericordiosos, nuestros corazones se elevan a lo más alto aprendiendo a esperar contra toda esperanza (Rom 4,18)



 ¡Valencians, tots a una veu, visca la Mare de Déu!


 Luis Miguel Castillo Gualda 

 Rector de la Basílica del Sagrado Corazón 



(Imagen del Corazón de María propiedad de https://twitter.com/Raul_Berzosa)


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