Muestra que eres Madre de desamparados
Hermanos, amigos, cristianos de Valencia, estamos celebrando a la Mare de
Déu dels Desamparats, a nuestra dulce y entrañable Madre, que en maternidad
ninguna le gana a la que es nuestro celestial amparo.
Permitidme abandonar por una vez el rigor de la homilía y de los textos
bíblicos del V domingo pascual, para dedicarme a ensanchar el corazón y a cantar a
María, como correspondería a un juglar, que desea expresar las glorias de tan gran
dama.
Debido a la situación sufriente que atravesamos, con la fastidiosa pandemia, la
imagen de nostra Mareta no paseará este domingo por nuestras más significativas e
históricas calles de la insigne ciudad de Valencia.
No saldrá de su mágica basílica
con el tradicional y concurrido traslado por la calle del Micalet entrando en la Seu
por la puerta de los Hierros, ni procesionará a la tarde por la calle de caballeros, ni
por el Tossal, la Bolsería, ni junto al Mercat y la Lonja, cuando pasa tan cerca de
nuestra venerable basílica del Sagrado Corazón, ni por la calle de Avellanas,
volviendo a la catedral por la Almoina, cubierta por una nube de pétalos que
proporcionan a la ciudad un color y perfume sin igual.
No lo hará, pero nuestra
venerable patrona se paseará tanto cuanto le dejemos e invoquemos sinceramente
por los rincones más ocultos de nuestro corazón. Seamos generosos para cantar,
alabar y festejar a nuestra gran Madre. Hagámoslo sin medida, pues si el equilibrio
es propio de la virtud, en cuestión de amores y amores hacia una madre, se impone
el exceso. Decía S. Agustín que la medida del amor a Dios es amar sin medida (Ep. 109,
2), y es que con Dios siempre hay que ir más allá, superando límites, liberando el
amor, que por desgracia demasiado cautivo lo tenemos. Pues con la que es Madre
de Dios, por serlo de Cristo, también es oportuno superar límites. Si no lo hacemos
por una buena madre, ¿por quién lo haremos?...


Así pues y a pesar de las dificultades sociales que atravesamos y de las
miserias personales que arrastramos, con la audacia de quienes se sienten amados,
busquemos a Dios, que viene siempre a nosotros, y hagámoslo escondiéndonos en el
Corazón de María, tan rico en tesoros espirituales. Sólo a quien lo desee, el Espíritu
Santo le enseñará a hacerlo. Fruto del amor es moverse libremente en el corazón del
amado.
Cierto que la iglesia es Cristocéntrica, pues no hay otro redentor que el Señor
Jesús, pero no menos cierto es que este misterio de la Iglesia, que confesamos en la
Fe, es esencialmente mariano. Si no se tiene el “aroma de María” no se es iglesia.
Como afirma el gran teólogo Hans Urs von Balthasar en Espiritualidad, hay una
perfecta identidad entre el carisma de María Virgen, Esposa y Madre y la
espiritualidad de la Iglesia-Esposa, también Virgen y también Madre, pues en la
respuesta afirmativa de María a Dios, permitiendo la Encarnación del Verbo, se da
el prototipo de todas las respuestas afirmativas dadas por los creyentes a Dios a lo
largo de sus vidas y de la historia. María reúne en sí todos los estados de vida
aparentemente tan irreconciliables: virginidad - matrimonio, laicado - sacerdocio,
actividad - contemplación. María y la Iglesia se identifican plenamente.
María impregna toda realidad eclesial sin quitar protagonismo y centralidad alguna a su Hijo. Como buena y feliz madre se complace de los éxitos de sus hijos, es decir de ver coronada la obra de Dios en cada uno de nosotros.
No es feliz por la ausencia de
sufrimiento, que no se le ahorró a esta Virgen Purísima, sino por reconocer a su Hijo
Cristo en cada uno de nosotros. Por eso las fiestas de María tienen algo de especial,
son profundamente eclesiales y además nos tocan el corazón, porque son las fiestas
de la Madre y ¿qué familia no celebra de forma especial la memoria de su madre,
esto es, de aquella que es el pilar del hogar?
Dejémonos llevar por los fervores a nuestra Reina, pero no quedemos atrapados por ellos, más bien suspiremos por conseguir los rendidos amores, que no tienen igual, y así profesaremos la más excelente y genuina devoción a nuestra celestial patrona, o sea, dar el corazón a Cristo, entregar nuestra voluntad a Dios.
María impregna toda realidad eclesial sin quitar protagonismo y centralidad alguna a su Hijo. Como buena y feliz madre se complace de los éxitos de sus hijos, es decir de ver coronada la obra de Dios en cada uno de nosotros.

Dejémonos llevar por los fervores a nuestra Reina, pero no quedemos atrapados por ellos, más bien suspiremos por conseguir los rendidos amores, que no tienen igual, y así profesaremos la más excelente y genuina devoción a nuestra celestial patrona, o sea, dar el corazón a Cristo, entregar nuestra voluntad a Dios.
¡Geperudeta, que no dejas de inclinarte para mirar al pueblo de Dios, la patria
valenciana s´ampara baix ton mant, muestra pues, que eres una madre tierna y solícita,
dulce clemente y piadosa. No nos desampares en las presentes calamidades de esta
vida, ni en la muerte, ni en el tribunal de Dios. Tú, La rosa perfumada, enséñanos a
coger con alegría las rosas de esta vida y dejar en el olvido las espinas amargas de
la existencia. Muy débiles nos vemos, pero al mirar a tus ojos misericordiosos,
nuestros corazones se elevan a lo más alto aprendiendo a esperar contra toda esperanza
(Rom 4,18)
¡Valencians, tots a una veu, visca la Mare de Déu!
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón
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