Seguimos intensificando nuestras oraciones.
🙏
La encarnación del Señor, 25.3.2020
La encarnación del Señor, 25.3.2020
¡La
Iglesia clama a Dios en sus desgracias!
Hoy he tenido fuerzas para volver a celebrar la Sagrada
Eucaristía en mi humilde oratorio, aquí en este pueblecito escondido cerca de
las montañas de la Calderona. Ha sido una jornada muy especial, pues la fiesta
de la Encarnación del Señor o también llamada de la Anunciación de María,
depende de la perspectiva desde la que se contemple el misterio, es siempre una
fiesta de especial alegría y de significación profundamente eclesial.
Hoy Dios comienza a ser plenamente un Dios con nosotros, un
Emmanuel, pues empieza a compartir la vida de los hombres. Y le he pedido en la
santa celebración que comparta esta calamidad con nosotros que nos azota con la
pandemia del virus, que tanto sufrimiento está generando.
Nada hay que no pueda
ser asumido por nuestro Dios, también el dolor, la prueba. Justo por eso ha
querido tener un cuerpo, aquí estoy Señor para hacer tu voluntad hemos rezado con el salmo y con la lectura de
la carta a los Hebreos. Por eso Jesús es un verdadero sacerdote, porque asume
el dolor del mundo.
De forma especial os he tenido presentes a todos los que con
frecuencia venís a la Basílica del Sagrado Corazón a dilatar vuestros corazones
con el calor del amor divino:
Señor ten misericordia de todos y llena
nuestros corazones de vida eterna…

La gran naturaleza, la madre naturaleza como ahora todos tan sensibles somos para cuidarla e invocarla, es un gigante neutro, su imponencia, su majestad parece que no se viera afectada por la desolación que el hombre sufre en estos días… De esta forma la naturaleza de la que formamos parte (aunque no nos agotamos en ella, es decir no somos solo biología ni un mero elemento más del ecosistema) esta gran madre, nos hace sentirnos a veces como solos y arrojados en ella sin armonía que desearíamos con el resto de lo natural. Entonces es una vez más cuando nos rescata de este tedio que sufrimos ante la existencia, no tanto la maternidad de la naturaleza, sino la paternidad de Dios, que viene a nosotros, aun sin merecerlo, para hacerse próximo a nosotros, para que no sucumbamos en la angustia por la existencia y nos sintamos desgraciados y abandonados en este mundo que a veces parece que se nos da la espalda, con tantos fenómenos que nos hacen sufrir.
Esta es la bendición
de la Encarnación, o sea que Dios no nos deja solos, que El viene a nosotros
salvando el enorme espacio que hay entre Dios y el hombre, por eso podremos
conocer su gloria y ser felices.
Ahora decidme:
¿qué haremos cada uno de nosotros?
¿Seremos
como María una virgen oyente, virgen orante, virgen oferente?, es decir,
¿nos
entregaremos a la fascinante vocación humana de ser oyentes de Dios, o
preferiremos seguir viviendo como si nada de lo que nos ocurre fuera signo
palpable de que Dios desea hablarnos y establecer amistad con nosotros?,
¿nos
entregaremos a ser oferentes y por tanto sufrientes, llevando en nuestro propio corazón el cáliz
de la bendición con nuestra propia sangre, o sea nuestra vida hecha Eucaristía,
con poder de transmitir vida a muchos otros…
o
¿preferiremos seguir
reservándonos mezquinamente la vida sin volar alto?,
¿seremos por fin una
virgen amante?, hermanos míos queridos,
¿cuándo le entregaremos el corazón al
Señor?, pues es lo único que quiere de nosotros.
En esto consisten los amores, en un cruce de corazones:
“todo para Ti Señor, nada para mí “,
“Todo para mí nada para Ti”.
“Todo para mí nada para Ti”.
Imitemos a la dulce María, Ella como figura dela Iglesia es una virgen orante oferente amante…

¿Nos abandonará la Madre en medio de nuestras angustias?
¿Qué
madre sería esa?
¡Por ser de Dios tan amada, no nos dejes Virgen María, por ser
de Dios tan amada, por ser de Dios tan amada…!
Hay
un mensaje de Fátima que resuena siempre en mi corazón y que deseo también a vosotros
os llene de Esperanza “Al fin mi Corazón Inmaculado Triunfará”,
así habló María a los pastorcitos de Fátima, esto es hermanos el triunfo del amor, el amor
parece que es sutil, que le cuesta triunfar, pero tiene la última palabra, pues
el amor todo lo vence, con los ritmos de Dios que no son los nuestros, pero son
más eficaces, más universales, más puros, más redentores, pues así suceda en
cada uno de nosotros ahora y por siempre. Amén.
Luis Miguel Castillo Gualda
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón
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