lunes, 6 de abril de 2020

DOMINGO DE RAMOS 2020


PAX et BONVM

Queridos hermanos y hermanas:
 Estamos celebrando un nuevo Domingo de Ramos y una nueva Semana Santa.
 Es nuestra gran Semana, nuestra Semana Grande, en la que celebramos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que cada uno la vivamos como podamos, pero todos lo hagamos abriendo el corazón al Señor.
 Mirad, que no importa tanto cómo estamos, cuanto cómo esperamos estar. Nuestra vida cristiana es una vida que se realiza en la esperanza, en el continuo arrepentimiento o conversión, en definitiva es la vida del creyente una vida abierta al amor en continuo crecimiento de amor. Aunque estemos postrados por el dolor, la enfermedad, el pecado, o el temor por la incertidumbre que vivimos con esta pandemia, no cejemos en el empeño de esperarlo todo, absolutamente todo, venido de Dios.
 Las pruebas nos ayudan a desnudarnos ante Dios y a ser más auténticos, más honestos, principio y fundamento para que Dios pueda construir algo sólido en nosotros. ¿Cómo puede hacer algo Dios sobre el débil cimiento de las apariencias y falsedades humanas? Cristo pasó por uno de tantos, según dice la carta a Filipenses, segunda lectura de la misa de hoy. Sin fama humana, sin privilegios, participando de la suerte común de los hombres, de los más débiles. Así mismo, nosotros si queremos ser instrumentos de salvación para otros, tenemos que entrar en la dinámica de la kénosis o vaciamiento de nosotros mismos, como hizo el Hijo de Dios.
Tenemos que estar iniciados en el arte de la vida para poder dar una palabra de ánimo al abatido, como dice la primera lectura de hoy, no como el que enseña desde fuera, sino como el que transmite experiencia de la vida a la luz de la Fe. Sin haber sufrido y experimentado el dolor de la humanidad, ¿cómo podremos consolar a los demás?…

 Hermanos, no somos aún todo lo que podemos llegar a ser. Y aunque descubramos mucho “mundo” acampando en nuestro corazón, no nos derrumbemos, el amor de Dios tiene poder para hacer algo nuevo en cada uno de nosotros, por deformados que estemos, y a veces, reconozcámoslo, nuestra humanidad está muy rota…

¿Acaso un Dios que es creador, que se ha encarnado, que ha muerto en la cruz, no podrá seducir nuestro corazón y elevarnos a los deliciosos amores sacándonos del pecado y de la muerte?.
Pero, llegar a la luz es sacrificado, no es fácil. Cada uno tenemos que atravesar nuestra propia pasión, como Cristo el justo, pero fijaos cómo 2 Isaías dice en la primera lectura de la Misa de hoy “mi Señor me ayudaba por eso no quedaba confundido”. Nadie que confíe en Dios quedará confundido, esta convicción debe apoderarse de nosotros. Sé de quién me he fiado, dice el apóstol Pablo, y es que nuestro punto de apoyo espiritual es la confianza en Dios. No apoyes tu vida en otro punto o fracasarás… Y así como sin punto de apoyo no funciona una palanca, para mover cuerpos físicos, sin confianza en Dios no podemos mover nuestras vidas y por tanto el mundo, hacia su perfección. ¿No ves la inconsistencia de todas las propuestas alternativas a la Fe que nos ofrece el mundo?...

Arrojémonos, arrojémonos en las manos de Dios, confiemos en sus promesas, aunque tengamos que aceptar y sufrir un momento de incertidumbre y riesgo, pues es inevitable experimentarlo si participamos del vértigo de la Encarnación y Pasión del Señor. Pero caer en las profundidades de Dios nunca es caer en tinieblas, pues las honduras divinas son luminosas.

 El relato de la pasión, que volveremos a escuchar el viernes santo, en esa ocasión según san Juan,

siempre nos sumerge en un intenso sufrimiento y en un gran tráfico de amor. Fijémonos en la batalla que tiene que afrontar Cristo en Getsemaní, donde por tres veces ora entregando su voluntad al Padre, cayendo rostro en tierra, sudando sangre, una verdadera batalla que nos hace pensar cómo a la oración no se viene a estar agradablemente, que también cuando así corresponda, sino principalmente a ser, a ser uno con Dios, a entregarle la voluntad, lo que nos cuesta, porque nuestro corazón está enfermo. Antes que entregar la vida estamos llamados a entregar a Dios el corazón. Le das muchas cosas a Dios, eres generoso en muchos aspectos ayudando a la humanidad y a la iglesia, pero si no le das el corazón a Dios, todo queda imperfecto. Somos combatientes de Dios, como Israel, porque en definitiva somos el nuevo Israel, y este certamen de amores conlleva sacrificios de superación, renuncias, asunción de sufrimiento y por fin, descanso y delicia maravillosa con la  continua presencia del amado, pero esto al fin…


 Contemplamos en la pasión y en concreto en Getsemaní a un Redentor muy humano, no a un héroe impasible, pero ¿de qué nos habría servido un personaje tal, tan fuera de lo común, sin participar en la debilidad y angustia humana?, un personaje de esa condición no habría salvado a la masa de la humanidad, pues no habría compartido la verdadera real y débil condición de los hombres…

 Hermanos y hermanas, que Jesús venga otra vez a nosotros. Como entra en Jerusalén en este domingo de Ramos, entre también en nuestros corazones y haga en ellos todo lo que un Salvador puede y quiere hacer, triturando el mal y dándonos su paz y alegría, que nos bendiga y consagre con el mejor óleo de bendición que es su Amor, porque como dice S. Juan de la Cruz ¡oh amor de Dios mal conocido, el que halló sus venas descansó!

¡Hosanna al hijo de David!
 ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!


Un abrazo a todos 

Luis Miguel Castillo 
Rector

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