sábado, 11 de abril de 2020

Jueves Santo 2020


HOY ES JUEVES SANTO

Comenzamos, queridos hermanos y amigos, el Triduo Sacro Pascual, entrando por un bello pórtico, como es la fiesta del Jueves Santo, rica en matices: día del amor fraterno, de la creación del ministerio sacerdotal y de la institución de la Sacratísima Eucaristía.
La Eucaristía es el pan de Dios dado como alimento para el éxodo por el desierto de esta vida, vida bella pero caduca, transida de alegría y de dolor, mientras peregrinamos caminando hacia Dios Padre.
Si hay un motivo en esta fiesta, que engloba a todos los demás, de forma sustantiva, ése es el que para los cristianos este jueves es el día del Amor Fraterno, pues si Cristo ha deseado, con ardor, instituir el sacerdocio y la Sagrada Eucaristía, a modo de nueva y definitiva Pascua, que lleva a la plenitud aquella otra de Israel, lo ha hecho por amor a los hermanos y para bien de los hermanos, facilitándoles el camino para acceder a la Salvación ofertada por el Buen Dios. Es decir Cristo lo ha hecho
pro multis, para el bien de muchos…
Meditando sobre la Santísima Eucaristía, exclama S. Agustín: o sacramentum pietatis, o signumunitatis, o vinculumcaritatis! (Tratados sobre el Evangelio de S. Juan 26, 13), es decir “¡oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!” Y es que la Iglesia vive de la Eucaristía y con Ella expresa la perfección del culto a Dios.
 Dios siempre es más grande, más que sus propios sacramentos, por lo que por sus secretos caminos puede colmar de bendición y felicidad el corazón del hombre.
Lo estamos viviendo en estos días de pandemia, privados de la celebración Eucarística, como en otro tiempo algunos santos eximios, mártires, así también lo vivieron, llegando a la perfección del amor sin poder participar del banquete sagrado; pero incluso cuando estamos privados de tan gran don, no crecemos en el amor al margen de la Eucaristía, sino gracias a ella, pues la Iglesia siempre celebra la Eucaristía con todos y por todos, pues el amor de Cristo por su Iglesia y por la humanidad tiene siempre color eucarístico, o sea se derrama dicho amor, en virtud del drama eucarístico del Hijo de Dios, como rocío vivificador en nuestros corazones arrugados por el pecado y la muerte. Sí, la Eucaristía es el sacramento de la piedad, el modo querido por el Señor para realizar el culto al Dios vivo. A través de la Eucaristía penetraremos en las espesuras de Dios…
Es además esta Eucaristía que hoy se instituye signumunitatis, signo de unidad de Cristo y su Iglesia. Todos los males eclesiales derivan de una u otra forma de pretender separar a Cristo de su Iglesia, al Santo, de los ávidos de santidad, porque 2 en cristiano, la santidad es el único remedio para el pecado y el Santificador (Cristo) busca unirse al pecador (hombre) para liberarlo. El Salvador se congratula así en una masa de salvados, tantos que son innumerables, no por mérito, sino gracias a su clemencia.
Por último es la Santísima Eucaristía, vínculo de caridad. Estamos unidos (o deberíamos de estar) entre los miembros de la Iglesia no por filias, derivadas de afinidades ideológicas o simpatías de carácter. 

Somos todos miembros de un mismo cuerpo, dañar su unidad es dañar el cuerpo místico de Cristo ¿Flagelaremos de nuevo un cuerpo tan inocente y puro? No sea así entre nosotros, en nuestras comunidades de Fe.
Ceda la división, la rivalidad, la discusión en el seno de la Iglesia. No hagamos del templo una cueva de ladrones… a veces, incluso, los unos y los otros, hacemos de maestros que pontifican cómo deba de ser entendida y celebrada la divina Eucaristía. Pero este gran y excesivo don no está en manos de la parte, de unos, parte de la Iglesia; sino en posesión del todo, de la Iglesia entera.
Conviene estrellar los malos pensamientos contra la roca de Cristo, como dice el gran S. Benito en su sabia regla (prólogo 28) para los monjes, son todos pensamientos que ofenden al amor, es decir que separan, atentando a la unidad en el seno eucarístico de la Iglesia. Estemos, más bien, dispuestos con prontitud a la reconciliación, al perdón, a la comprensión y seamos tardos para el soberbio juicio y la condena, siguiendo así el excelso ejemplo de Jesús, que lavó los pies a sus amigos y discípulos.
Esta es la esencia sustantiva del jueves santo de la que derivan todos los demás matices, siempre adjetivos, por eso el amor fraterno es elevado por Cristo a rango de mandato divino:
"Un mandamiento nuevo os doy que os améis unos a otros como yo os he amado".
Y por favor recemos hoy de forma especial por nuestros presbíteros, que participan del único sacerdocio de Cristo, para bien de la Iglesia, aunque sean débiles y muy mejorables, son siempre necesarios en esta Iglesia que camina por la historia.


¡ALABADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

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