viernes, 5 de junio de 2020

DOMINGO VI DE PASCUA

"Le pediré al Padre que os dé el Espíritu de la Verdad"

Observamos con gozo como desde el inicio, poco después de la muerte y resurrección del Señor, la Iglesia está sometida a una fuerza misionera imparable, porque tiene el deber sagrado, conferido por Cristo, de prolongar su obra en la historia, para que la buena nueva llegue a todo hombre. La Iglesia crece o muere, no tiene otra alternativa, no puede apelmazarse, acomodarse, porque el Evangelio debe ser sembrado en el corazón de muchos…
 Pero esta expansión exterior, que hoy se nos relata, con la primera lectura de los Hechos


 de los Apóstoles, en Samaría a través de Felipe, requiere de un crecimiento a la vez interior de los corazones de aquellos que se asocian como miembros de este torrente de gracia, que es la Iglesia. 
Debe haber armonía entre la expansión exterior de la comunidad y el crecimiento interior del individuo, lo que pone de manifiesto cuán importante sea el testimonio, por el que el hombre contribuye al crecimiento de la Iglesia, manifestando quién en verdad es él en cuanto creyente.

La segunda lectura, tomada de la primera carta de S. Pedro, viene en nuestro auxilio y nos indica cómo es el verdadero estilo testimonial del cristiano estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza, con mansedumbre, respeto y buena conciencia. Lo nuestro es más bien una propuesta, evitando la tentación de imponer, que es lo que hace el mundo y sus ideologías; quizá en otros tiempos era más fácil imponer, hoy día, más sensibles a la libertad personal, debemos volver a nuestros fundamentos, que nos expone S. Pedro. Y sin embargo cuántas veces nos descubrimos a nosotros mismos con poca mansedumbre y menos respeto. Apenas ponen en cuestión nuestros esquemas nos malhumoramos y no nos importa responder hiriendo al prójimo, sin darnos cuenta de que cuando hacemos mal al otro nos herimos a nosotros mimos. ¿Cuándo reconoceremos que el hombre es un ser que resuelve su existencia en la parcialidad de una perspectiva? No lo vemos todo, la totalidad es propia de Dios, la parcialidad lo es del hombre, y cada uno tiene sus perspectivas, que no debe intentar imponer, ni en la vida de la Iglesia, ni en otros ámbitos, que es lo que crea este infierno de convivencia entre los seres humanos. Lo propio del creyente es dar siempre, en positivo, razón de esperanza, no de dominio y para esto debemos vencer el tirano que fácilmente crece en nuestro interior.

  Se impone, una vez más, una vuelta al corazón, para liberarnos de todo aquello que nos separa del amor de Dios. Fijémonos en qué ha dicho S. Pedro antes  de estimularnos a dar razón de nuestra esperanza como modo de ser testigos de Cristo. Ha dicho el apóstol glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor.

 Hay que glorificar al Señor con el corazón, no con buenos razonamientos ni persuasivas palabras, sino con un corazón que sea manso, como pide el mismo Jesús venid a mí y aprended de mí, que soy manso de corazón, porque la mente y la boca pueden conducirnos a un delirio existencial, en el que vagabundeamos creyendo que somos lo que realmente no somos, pues ser se es lo que en el corazón hemos alcanzado a ser, pues en el corazón es donde soy cualquier cosa que yo sea (ubi sum quicumque sum como decía S. Agustín), sea lo que sea, y es que, hermanos, tenemos que cocer el pan de nuestra propia eucaristía en el horno de nuestro corazón, para dar un culto que glorifique a Dios en espíritu y en verdad.

¡Qué bien hablo, qué bien escribo, qué bien pienso!; pero ¿y el corazón, cómo va? Si te afanas por realizarte en tantas dimensiones y descuidas tu corazón, entonces no eres nada ante Dios. ¿Es nuestro corazón un tabernáculo de amor en el que triunfa la verdad o un tugurio de pasiones bajas que me esclaviza. ¿Acepto sufrir por el bien? Lo que es muy superior a actuar el bien, pues más ama el que está dispuesto a padecer por el que ama, porque es mejor padecer haciendo el bien ha dicho S. Pedro en la segunda lectura de la Misa de hoy.

Queridos hermanos, ya se aproxima Pentecostés y en el Evangelio empiezan a aparecer alusiones al envío del Espíritu que es descrito como defensor, como un Espíritu de la Verdad,

 o sea un defensor de mi vida ante tantas mentiras que se presentan como alternativas a la verdad, pero que no nos hacen más hombres, no perfeccionan nuestras vidas. Este Espíritu, que es de la Verdad, a la vez es un Espíritu de Caridad, por lo que nos introduce en los caminos ignotos, pero apasionantes del amor, nos empuja a la entrega y a empeñarse en el compromiso, como es propio del amor verdadero y no ficticio, pues como ha dicho Jesús si me amáis guardaréis mis mandamientos. De forma contraria seríamos más estériles que una flor sin fruto. Pues que este Espíritu, que hace crecer a la Iglesia en la misión, nos haga vivir en la fruición de la verdad y dilate nuestros corazones con el fuego de su amor.


 Luis Miguel Castillo Gualda 
 Rector de la Basílica del Sagrado Corazón

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