"Le pediré al Padre que os dé el Espíritu de la Verdad"
Observamos con gozo como desde el inicio, poco después de la muerte y
resurrección del Señor, la Iglesia está sometida a una fuerza misionera imparable,
porque tiene el deber sagrado, conferido por Cristo, de prolongar su obra en la
historia, para que la buena nueva llegue a todo hombre. La Iglesia crece o muere, no
tiene otra alternativa, no puede apelmazarse, acomodarse, porque el Evangelio debe
ser sembrado en el corazón de muchos…
Pero esta expansión exterior, que hoy se nos relata, con la primera lectura de
los Hechos
de los Apóstoles, en Samaría a través de Felipe, requiere de un crecimiento a la vez interior de los corazones de aquellos que se asocian como miembros de este torrente de gracia, que es la Iglesia.
de los Apóstoles, en Samaría a través de Felipe, requiere de un crecimiento a la vez interior de los corazones de aquellos que se asocian como miembros de este torrente de gracia, que es la Iglesia.
Debe haber armonía entre la
expansión exterior de la comunidad y el crecimiento interior del individuo, lo que
pone de manifiesto cuán importante sea el testimonio, por el que el hombre
contribuye al crecimiento de la Iglesia, manifestando quién en verdad es él en
cuanto creyente.
La segunda lectura, tomada de la primera carta de S. Pedro, viene en nuestro
auxilio y nos indica cómo es el verdadero estilo testimonial del cristiano estad
siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza, con mansedumbre, respeto y buena
conciencia. Lo nuestro es más bien una propuesta, evitando la tentación de imponer,
que es lo que hace el mundo y sus ideologías; quizá en otros tiempos era más fácil
imponer, hoy día, más sensibles a la libertad personal, debemos volver a nuestros
fundamentos, que nos expone S. Pedro. Y sin embargo cuántas veces nos
descubrimos a nosotros mismos con poca mansedumbre y menos respeto. Apenas
ponen en cuestión nuestros esquemas nos malhumoramos y no nos importa
responder hiriendo al prójimo, sin darnos cuenta de que cuando hacemos mal al
otro nos herimos a nosotros mimos. ¿Cuándo reconoceremos que el hombre es un
ser que resuelve su existencia en la parcialidad de una perspectiva? No lo vemos
todo, la totalidad es propia de Dios, la parcialidad lo es del hombre, y cada uno
tiene sus perspectivas, que no debe intentar imponer, ni en la vida de la Iglesia, ni
en otros ámbitos, que es lo que crea este infierno de convivencia entre los seres
humanos. Lo propio del creyente es dar siempre, en positivo, razón de esperanza,
no de dominio y para esto debemos vencer el tirano que fácilmente crece en nuestro
interior.
Se impone, una vez más, una vuelta al corazón, para liberarnos de todo
aquello que nos separa del amor de Dios. Fijémonos en qué ha dicho S. Pedro antes de estimularnos a dar razón de nuestra esperanza como modo de ser testigos de
Cristo. Ha dicho el apóstol glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor.
Hay que
glorificar al Señor con el corazón, no con buenos razonamientos ni persuasivas
palabras, sino con un corazón que sea manso, como pide el mismo Jesús venid a mí y
aprended de mí, que soy manso de corazón, porque la mente y la boca pueden
conducirnos a un delirio existencial, en el que vagabundeamos creyendo que somos
lo que realmente no somos, pues ser se es lo que en el corazón hemos alcanzado a
ser, pues en el corazón es donde soy cualquier cosa que yo sea (ubi sum quicumque sum
como decía S. Agustín), sea lo que sea, y es que, hermanos, tenemos que cocer el pan
de nuestra propia eucaristía en el horno de nuestro corazón, para dar un culto que
glorifique a Dios en espíritu y en verdad.
¡Qué bien hablo, qué bien escribo, qué bien pienso!; pero ¿y el corazón, cómo
va? Si te afanas por realizarte en tantas dimensiones y descuidas tu corazón,
entonces no eres nada ante Dios. ¿Es nuestro corazón un tabernáculo de amor en el
que triunfa la verdad o un tugurio de pasiones bajas que me esclaviza. ¿Acepto
sufrir por el bien? Lo que es muy superior a actuar el bien, pues más ama el que está
dispuesto a padecer por el que ama, porque es mejor padecer haciendo el bien ha dicho
S. Pedro en la segunda lectura de la Misa de hoy.
o sea un defensor de mi vida ante tantas mentiras que se
presentan como alternativas a la verdad, pero que no nos hacen más hombres, no
perfeccionan nuestras vidas. Este Espíritu, que es de la Verdad, a la vez es un
Espíritu de Caridad, por lo que nos introduce en los caminos ignotos, pero
apasionantes del amor, nos empuja a la entrega y a empeñarse en el compromiso,
como es propio del amor verdadero y no ficticio, pues como ha dicho Jesús si me
amáis guardaréis mis mandamientos. De forma contraria seríamos más estériles que
una flor sin fruto. Pues que este Espíritu, que hace crecer a la Iglesia en la misión,
nos haga vivir en la fruición de la verdad y dilate nuestros corazones con el fuego de
su amor.
Luis Miguel Castillo Gualda
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón





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