"NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO
Por el Ilmo. Sr. D. Vicente Fontestad
Vicario General de Valencia
El Papa Francisco en la Exhortación que nos ha escrito sobre la llamada a la santidad, nos ha
dejado una meditación sobre los limpios de corazón, sobre aquellos que tienen un corazón
sencillo, puro, sin suciedad, un corazón que sabe amar y que no deja entrar en su vida algo que
atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo.
El Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón: “Si repartiera mis bienes….
Y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13).
El corazón es el lugar donde se originan los deseos y las decisiones más profundas que nos
mueven en nuestro actuar. Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40), cuando
esa es su intención verdadera y no se queda en palabras vacías, entonces ese corazón es puro y
puede ver a Dios.
El corazón es la sede de la misericordia, esta Basílica dedicada al Sagrado corazón de
Jesús es una invitación a darnos cuenta de su infinita misericordia por cada uno de nosotros que
somos los destinatarios de su amor. Cada uno podría contar los muchos gestos de misericordia
que Dios ha tenido con él.
Pero el Señor también nos quiere misericordiosos a cada uno. Hemos de querer tener los
mismos sentimientos que nuestro Señor Jesucristo. El Papa Francisco nos dice que la misericordia
tiene dos aspectos: el primero es dar, ayudar, servir a los otros, y el segundo es perdonar,
comprender. Mateo lo resume en una regla de oro: «Todo lo que queráis que haga la gente con
vosotros, hacedlo vosotros con ella». Esta es una buena regla cuando tenemos dudas acerca de
lo que tenemos que hacer.
Dar y perdonar es una manera de reflejar lo que es Dios. Y eso lo podemos hacer nosotros.
Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados, hemos sido mirados con
compasión divina. ¿No debemos hacer nosotros lo mismo?
Tenemos el riesgo de pensar que damos gloria a Dios con el culto y la oración y cumpliendo
unas normas éticas y es cierto. Sin embargo el criterio para evaluar la bondad de nuestra vida es lo
que hicimos con los demás.
El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué
medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia. Porque la misericordia se
convierte en el criterio para saber quiénes son realmente los hijos de Dios.
Santo Tomás de Aquino nos dice que las obras externas que mejor manifiestan nuestro
amor a Dios son las obras de misericordia con el prójimo.
Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida debe desgastarse viviendo las obras de
misericordia.Y es en Jesucristo que podemos encontrar al amor de Dios encarnado, hecho hombre.
La originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura
misma de Jesucristo. Como la novedad del Antiguo Testamento consiste en la actuación inaudita
de Dios, que es encontrarse con su pueblo, acompañarlo y protegerlo. Pero esta actuación de Dios
adquiere en el Nuevo Testamento su forma dramática, puesto que en Jesucristo el mismo Dios va
tras la oveja perdida. Cuando Jesús habla en parábolas, del padre que sale al encuentro del hijo
pródigo, no son meras palabras sino su propia forma de ser y de actuar.
El título de esta meditación está tomado del texto del evangelio de San Juan capítulo 13,1:
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo
al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". En la
última cena, Jesús les habla de la entrega hasta la muerte. Primero realiza el gesto simbólico del
lavatorio de los pies que aclara el conjunto de todo lo que va a suceder. El Señor se despoja de su
esplendor divino, se arrodilla ante los apóstoles y lava y enjuga sus pies sucios para hacerles dignos
de participar en el banquete nupcial de Dios. Algo semejante sucede cada vez que alguno de
nosotros acude al sacramento de la reconciliación, de nuevo el Señor vuelve a lavar nuestros pies
sucios y nos prepara para la comunión de mesa con él.
Después Jesús pronunció unas palabras sobre el pan: “Esto es mi cuerpo que será
entregado por vosotros”. Fíjense en la palabra “entregado”, el Señor quiere manifestar que lo que
va a suceder no fue algo accidental. Jesús mismo aceptó esta extrema humillación que ya había
señalado cuando les hablaba del Buen Pastor y les decía:” Por eso me ama el Padre porque doy mi
vida para recobrarla de nuevo, nadie me la quita yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18), desde esta
aceptación de lo que va a suceder, la pasión y la muerte adquieren su pleno sentido, porque son un
acto libre de Jesús que transforma su muerte violenta en una acto de libre entrega, en un acto
de amor.
En las pocas palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz asume toda la historia de la
salvación, todas las alianzas establecidas anteriormente con los hombres por medio de Adán y Eva,
Noé, Abrahán, Moisés, David y que siempre acabaron rompiéndose por la infidelidad del Pueblo,
ahora ha llegado el momento de una alianza nueva y que será eterna, sellada con su propia
sangre, es decir con el don total de sí mismo, asumiendo todo el mal de la humanidad y eliminando
toda traición con su fidelidad incondicional.

El mismo jueves santo, después de la cena con sus discípulos salieron al huerto de los olivos,
para orar en la noche, y recordar aquella otra noche en la que mataron a los primogénitos de Egipto.
Los hijos de Israel fueron salvados untando sus casas con la sangre del cordero que cada familia
sacrificaba. Ahora Jesús debe asumir el mismo destino de aquel cordero sacrificado y salvar a
la humanidad con la entrega de su propia sangre. Es el momento en el que experimenta la
soledad extrema. El momento en que el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del
alma. El Señor se estremeció ante la muerte inminente. Los apóstoles dormían mientras Jesús sólo
con el Padre compartía su dolor y sufrimiento. Esta somnolencia de los discípulos puede significar
entonces, y también ahora, la inconsciencia ante la magnitud del mal. Esta falta de sensibilidad
otorga un poder corrosivo al maligno, por eso el Señor les pide a sus discípulos estar en vela y
vigilantes.
Jesús perpetúa esta entrega en la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. La
Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús.Pero no recibimos sólo de modo pasivo el acto
oblativo de Jesús sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega.
Este sacramento de la Eucaristía tiene un carácter social, porque en la comunión
sacramental quedo unido al Señor con todos los que comulgan. La unión con Cristo es unión con
todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí, sólo puedo
pertenecerle en unión con todos los que son suyos. El amor a Dios y el amor al prójimo están
realmente unidos. Se entiende que el ágape se haya convertido en un nombre de la eucaristía.
Desde este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de
Jesús sobre el amor. No puede haber contraposición entre culto y ética. En el culto mismo de la
eucaristía está incluido a la vez el ser amado y el amar. Una eucaristía que no comporte un ejercicio
práctico del amor es fragmentaria en sí misma.
Las grandes parábolas del amor deben entenderse a partir de este principio: La parábola
del rico Epulón advierte de lo que sucede a quien ignora frívolamente a sus hermanos.
La parábola del buen Samaritano universaliza el concepto del prójimo, pero permaneciendo
concreto. Aunque se extienda a todos los hombre requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.
La parábola del Juicio Final: el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva para
valorar positiva o negativamente una vida humana. Jesús se identifica con todos los que sufren.
Amor a Dios y al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús y en Jesús a
Dios.
En su muerte de cruz, en su entrega para dar vida al hombre y salvarlo, descubrimos el
amor en su forma más radical. Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad, y desde allí
definir ahora lo que es el amor.
Dios Padre había encomendado a su hijo la tarea de buscar al hombre que se había perdido.
Y Jesús sale en nuestra búsqueda. Por cada uno de nosotros se encarnó y se hizo hombre. Por ti y por mí, para que conocieras su amor y para que sepas que eres su hijo. Nada más ni nada menos
que su hijo, Dios no se conforma con menos. Y este camino de búsqueda culmina en la cruz: Jesús
cuando tomó el vinagre dijo: está cumplido, e inclinando la cabeza entregó el Espíritu.
Uno de los soldados le atravesó el costado y al punto salió sangre y agua. Nos encontramos
ante la última manifestación de hostilidad de los hombres contra Jesús. Es un cadáver y un soldado
le da un golpe de lanza y de la herida brotó sangre y agua. Es una escena sintética.
San Juan nos advierte que todo sucedió para que se cumpliera la escritura: No se le romperá
ningún hueso: porque es el verdadero cordero pascual (recuerden que en cordero pascual se le
degollaba y se asaba de una pieza, sin romper ningún hueso). Y en otro lugar la Escritura dice:
Mirarán al que atravesaron.
La tradición de la Iglesia siempre ha contemplado en este acontecimiento el momento de su
propio nacimiento y ha entendido que el símbolo del agua y de la sangre son los sacramentos del
Bautismo y Eucaristía.
Jesús entregará su vida para que todos los hombres tengamos vida eterna. Esta es la
verdadera razón de su muerte. Y la lección es fundamental para nuestra existencia: en la medida en
que entreguemos nuestra vida por los demás, alcanzaremos la vida en plenitud.
Más allá de los protagonistas de aquel momento histórico, estamos todos nosotros. El relato
de la muerte quiere invitar a la conversión, a la adhesión a Cristo y sobre todo a que lo imitemos.
Podemos decir que quien muere en una cruz ha caído en desgracia. La cruz es el símbolo de
todo lo pesado y difícil. Entonces cómo predicar la aceptación de la cruz.
La respuesta estará en conocer que el verdadero sentido de la cruz de Nuestro Señor es el
amor. ¡Qué bien comprende el amante los sacrificios y esfuerzos por quien ama! Porque la cruz no
es un fin en sí misma, es la expresión de amor. Es el lugar de la redención de toda la humanidad.
Ahí está Dios reconciliando a la humanidad por la sangre de su Hijo.
Ya lo había anunciado Jesús en la última cena “Tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de
la alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados”.
En la cruz, Jesús obtuvo para el mundo entero el perdón de los pecados. Ahí aplasta
la cabeza de la serpiente que amenaza la vida de los hombres. Ahí Cristo libera a la
humanidad del dominio de la muerte y abre para todos la esperanza de la vida eterna.
La cruz de Cristo es símbolo de gloria, es símbolo de esperanza, es expresión del máximo
amor posible, del amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, un amor tan grande que le
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llevó a entregar a su Único Hijo. Este es el significado de la Cruz y este es su poder. Jesús se
convierte en fuente de vida para todos y la muerte queda definitivamente vencida.
La cruz es demasiado importante para alejarla de nuestra vida, porque nos recuerda lo que
hizo Jesús por nosotros, nos recuerda el amor que Dios nos tiene, allí manifestó de una vez por
todas, lo que es y lo único que quiere ser para los hombres.
La cruz nos recuerda nuestra identidad, nos invita a resucitar con Cristo a una vida
nueva, y a abrazarnos a ella en los momentos más difíciles de nuestra existencia, nos invita a
abrirnos al don de la reconciliación, nos compromete a dar testimonio de Cristo con nuestras
obras y palabras.
No podemos ver en la cruz un símbolo de muerte ni de castigo, como algunos creen, sino
un símbolo de reconciliación, la fuente inagotable de vida y de esperanza.
Contemplar la cruz con veneración puede cambiar nuestra actitud cuando padecemos
enfermedad, cuando somos víctima de una desgracia, cuando sufrimos la dureza de la vida.
Necesitamos detenernos delante del rostro de Dios, manifestado en Cristo crucificado. Es ahí
donde encontramos su verdadera y real imagen y su originalidad. Cualquier otro rostro diferente
de Dios no responde a la verdad. La cruz de Jesucristo es el lugar para conocer a Dios.
Todos nosotros fuimos marcados por la señal de la cruz en la frente el día del bautismo,
con ello se nos decía: haz de tu vida una imitación de la cruz de Jesús, es decir una imitación de
su entrega y de su amor.
Valoremos la tradición de tener un crucifijo siempre a la vista, porque la cruz nos habla
mucho, su mensaje, profundo, intenso no deja de invitarnos a hacer de ella nuestro camino.
En una oración del Ángelus, Benedicto XVI decía “Hacer la señal de la cruz es pronunciar
un sí visible y público a Aquel que murió por nosotros y resucitó, al Dios que en la humildad y
debilidad de su amor es el Todopoderoso, más fuerte que todo el poder y la inteligencia del
mundo”. Hacer la señal de la cruz es un acto de fe.
El mismo Señor nos había dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Pues en la cruz encontramos el lugar donde el amor se manifiesta con toda
su fuerza, un amor intenso, apasionado hasta dar la vida.
Cada vez que meditamos la pasión nos sentimos integrados en aquella historia. Todo
aquello que sucedió con Jesús, tiene que ver conmigo y era para mí. Junto a los dos ladrones
estaba toda la humanidad, suplicante o resentida. El apóstol Pablo, muchos años después de la
muerte de Jesús dirá: “Me amó y se entregó por mí”. Y cada uno de nosotros puede suscribir
estas palabras. Jesús se entregó y sigue entregándose por mí.
El mismo Señor nos había dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos. Pues en la cruz encontramos el lugar donde el amor se manifiesta con toda
su fuerza, un amor intenso, apasionado hasta dar la vida.
Cada vez que meditamos la pasión nos sentimos integrados en aquella historia. Todo
aquello que sucedió con Jesús, tiene que ver conmigo y era para mí. Junto a los dos ladrones
estaba toda la humanidad, suplicante o resentida. El apóstol Pablo, muchos años después de la
muerte de Jesús dirá: “Me amó y se entregó por mí”. Y cada uno de nosotros puede suscribir
estas palabras. Jesús se entregó y sigue entregándose por mí.
En Jesucristo, que acepta la muerte por mí, descubro que Dios me ama como hijo, me ama
gratuitamente por encima de lo que yo merezco. Y esta es la auténtica y verdadera biografía
de cada uno, en la que Dios es tan protagonista de ella como cada uno de nosotros. No
nos entendemos verdaderamente ni nos conocemos realmente al margen de Dios.
Ser discípulo de este Jesús, tal y como aparece en la cruz significa reconocer que Dios me
creó para la tarea de amar, para ser instrumentos de su amor.
Y un amor que se expresa en la alegría y el servicio, que ayuda a construir una sociedad
que valora el invertir en los demás tiempo, energías, vida, amor; sin excluir a nadie, y dirigido
especialmente a lo más débil, a lo más desprotegido. Podríamos resumirlo así: Dios te ama para
que ames.
Pero con un amor verdadero como el que se manifiesta en Jesús.
- Un amor lleno de ternura.
- Un amor más fuerte que nuestro pecado.
- Un amor gratuito que llena completamente nuestro corazón. Y que se manifiesta como
misericordia.
- Cercano al pobre y al que sufre porque lo necesitan. Porque solo Dios les hace caso, y
a él pueden ir los cansados y agobiados a encontrar alivio.
- Es un amor que nos conoce y que nos llama por nuestro nombre.
- Amor especial a los desamparados, a los que sufren.
- El amor de Jesús se nos muestra siempre indulgente. Indulgencia significa
comprensión, tolerancia, paciencia, perdón, misericordia,
Contemplar con fe el rostro de Dios en el Cristo crucificado nos constituye en sus apóstoles
y nos hace hermanos. Nos impulsa a acudir allí donde se nos necesita siempre con las
manos llenas de amor. Es darle al prójimo lo que necesita, ser instrumentos concretos de amor
que lleva soluciones a los problemas, consuela al afligido, acompaña al que está sólo, da pan al
hambriento.
Si en el hermano que sufre está el Señor, y lo está, porque él ha dicho que lo que
hiciéramos con alguien que sufre lo hacemos a él, de la misma manera podemos decir que en
cada uno de nosotros puede estar la Madre del Señor cuando les llevamos el consuelo que
ella llevó a Cristo crucificado.
Dice el Papa Francisco en su Exhortación pastoral Evangelii Gaudium, hay una manera
mariana de actuar: Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque
cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño.
En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que
no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes.
Realmente la cruz de Cristo es la victoria del amor de Dios. No se puede dudar de que
Dios nos quiere, Jesús no condena ni aunque le maten. Qué gran esperanza para todos nosotros,
porque Dios no mandó a su Hijo al mundo a para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por Él.
En la cruz se ha hecho visible el rostro de Dios. Se han dejado sentir las entrañas de Dios,
sus sentimientos profundos. En la cruz Dios se nos manifiesta abriendo sus brazos, derramando
su sangre, comunicando su Espíritu, para decirnos con toda su fuerza y profundidad que nos ama
hasta el extremo. Esta es nuestra certeza y nuestra inmensa alegría, que a pesar de todo siempre
podemos contar con el amor verdaderamente infinito del Señor, que en esta Basílica queda
expresado plásticamente con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que la preside.
Y quiero terminar con esta jaculatoria que tanto bien nos hace a todos:
¡ SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN TI CONFÍO !
Homilía a cargo de:
D.LUIS MIGUEL CASTILLO.
D.LUIS MIGUEL CASTILLO.
RECTOR DE LA BASÍLICA DEL SAGRADO CORAZÓN.
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