viernes, 5 de junio de 2020

III MEDITACIÓN JUBILAR (5 JUNIO 2020)

"NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO

Por el Ilmo. Sr. D. Vicente Fontestad 
Vicario General de Valencia

El Papa Francisco en la Exhortación que nos ha escrito sobre la llamada a la santidad, nos ha dejado una meditación sobre los limpios de corazón, sobre aquellos que tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, un corazón que sabe amar y que no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo.

 El corazón en la Biblia significa el lugar de nuestras intenciones verdaderas, lo que realmente


queremos más allá de lo que aparentamos. Por eso hay que cuidar el corazón. Del rey David se dice que tenía un corazón de oro.

El Señor espera una entrega al hermano que brote del corazón: “Si repartiera mis bienes…. Y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13).

El corazón es el lugar donde se originan los deseos y las decisiones más profundas que nos mueven en nuestro actuar. Cuando el corazón ama a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,36-40), cuando esa es su intención verdadera y no se queda en palabras vacías, entonces ese corazón es puro y puede ver a Dios.

El corazón es la sede de la misericordia, esta Basílica dedicada al Sagrado corazón de Jesús es una invitación a darnos cuenta de su infinita misericordia por cada uno de nosotros que somos los destinatarios de su amor. Cada uno podría contar los muchos gestos de misericordia que Dios ha tenido con él.

Pero el Señor también nos quiere misericordiosos a cada uno. Hemos de querer tener los mismos sentimientos que nuestro Señor Jesucristo. El Papa Francisco nos dice que la misericordia tiene dos aspectos: el primero es dar, ayudar, servir a los otros, y el segundo es perdonar, comprender. Mateo lo resume en una regla de oro: «Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella». Esta es una buena regla cuando tenemos dudas acerca de lo que tenemos que hacer.

 Dar y perdonar es una manera de reflejar lo que es Dios. Y eso lo podemos hacer nosotros. Es necesario pensar que todos nosotros somos un ejército de perdonados, hemos sido mirados con compasión divina. ¿No debemos hacer nosotros lo mismo?

Tenemos el riesgo de pensar que damos gloria a Dios con el culto y la oración y cumpliendo unas normas éticas y es cierto. Sin embargo el criterio para evaluar la bondad de nuestra vida es lo que hicimos con los demás.

El mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia. Porque la misericordia se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente los hijos de Dios.

Santo Tomás de Aquino nos dice que las obras externas que mejor manifiestan nuestro amor a Dios son las obras de misericordia con el prójimo.

Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida debe desgastarse viviendo las obras de misericordia.Y es en Jesucristo que podemos encontrar al amor de Dios encarnado, hecho hombre.

La originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Jesucristo. Como la novedad del Antiguo Testamento consiste en la actuación inaudita de Dios, que es encontrarse con su pueblo, acompañarlo y protegerlo. Pero esta actuación de Dios adquiere en el Nuevo Testamento su forma dramática, puesto que en Jesucristo el mismo Dios va tras la oveja perdida. Cuando Jesús habla en parábolas, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo, no son meras palabras sino su propia forma de ser y de actuar.

El título de esta meditación está tomado del texto del evangelio de San Juan capítulo 13,1: "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". En la última cena, Jesús les habla de la entrega hasta la muerte. Primero realiza el gesto simbólico del lavatorio de los pies que aclara el conjunto de todo lo que va a suceder. El Señor se despoja de su esplendor divino, se arrodilla ante los apóstoles y lava y enjuga sus pies sucios para hacerles dignos de participar en el banquete nupcial de Dios. Algo semejante sucede cada vez que alguno de nosotros acude al sacramento de la reconciliación, de nuevo el Señor vuelve a lavar nuestros pies sucios y nos prepara para la comunión de mesa con él. 

Después Jesús pronunció unas palabras sobre el pan: “Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Fíjense en la palabra “entregado”, el Señor quiere manifestar que lo que va a suceder no fue algo accidental. Jesús mismo aceptó esta extrema humillación que ya había señalado cuando les hablaba del Buen Pastor y les decía:” Por eso me ama el Padre porque doy mi vida para recobrarla de nuevo, nadie me la quita yo la doy voluntariamente” (Jn 10,18), desde esta aceptación de lo que va a suceder, la pasión y la muerte adquieren su pleno sentido, porque son un acto libre de Jesús que transforma su muerte violenta en una acto de libre entrega, en un acto de amor. 

En las pocas palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz asume toda la historia de la salvación, todas las alianzas establecidas anteriormente con los hombres por medio de Adán y Eva, Noé, Abrahán, Moisés, David y que siempre acabaron rompiéndose por la infidelidad del Pueblo, ahora ha llegado el momento de una alianza nueva y que será eterna, sellada con su propia sangre, es decir con el don total de sí mismo, asumiendo todo el mal de la humanidad y eliminando toda traición con su fidelidad incondicional. 


El mismo jueves santo, después de la cena con sus discípulos salieron al huerto de los olivos, para orar en la noche, y recordar aquella otra noche en la que mataron a los primogénitos de Egipto. Los hijos de Israel fueron salvados untando sus casas con la sangre del cordero que cada familia sacrificaba. Ahora Jesús debe asumir el mismo destino de aquel cordero sacrificado y salvar a la humanidad con la entrega de su propia sangre. Es el momento en el que experimenta la soledad extrema. El momento en que el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del alma. El Señor se estremeció ante la muerte inminente. Los apóstoles dormían mientras Jesús sólo con el Padre compartía su dolor y sufrimiento. Esta somnolencia de los discípulos puede significar entonces, y también ahora, la inconsciencia ante la magnitud del mal. Esta falta de sensibilidad otorga un poder corrosivo al maligno, por eso el Señor les pide a sus discípulos estar en vela y vigilantes. 

Jesús perpetúa esta entrega en la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús.Pero no recibimos sólo de modo pasivo el acto oblativo de Jesús sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega.

Este sacramento de la Eucaristía tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental quedo unido al Señor con todos los que comulgan. La unión con Cristo es unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí, sólo puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos. El amor a Dios y el amor al prójimo están realmente unidos. Se entiende que el ágape se haya convertido en un nombre de la eucaristía. Desde este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. No puede haber contraposición entre culto y ética. En el culto mismo de la eucaristía está incluido a la vez el ser amado y el amar. Una eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma.

Las grandes parábolas del amor deben entenderse a partir de este principio: La parábola del rico Epulón advierte de lo que sucede a quien ignora frívolamente a sus hermanos. 

La parábola del buen Samaritano universaliza el concepto del prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombre requiere mi compromiso práctico aquí y ahora.

La parábola del Juicio Final: el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva para valorar positiva o negativamente una vida humana. Jesús se identifica con todos los que sufren. Amor a Dios y al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús y en Jesús a Dios.

En su muerte de cruz, en su entrega para dar vida al hombre y salvarlo, descubrimos el amor en su forma más radical. Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad, y desde allí definir ahora lo que es el amor. 

Dios Padre había encomendado a su hijo la tarea de buscar al hombre que se había perdido. Y Jesús sale en nuestra búsqueda. Por cada uno de nosotros se encarnó y se hizo hombre. Por ti y por mí, para que conocieras su amor y para que sepas que eres su hijo. Nada más ni nada menos que su hijo, Dios no se conforma con menos. Y este camino de búsqueda culmina en la cruz: Jesús cuando tomó el vinagre dijo: está cumplido, e inclinando la cabeza entregó el Espíritu.

Uno de los soldados le atravesó el costado y al punto salió sangre y agua. Nos encontramos ante la última manifestación de hostilidad de los hombres contra Jesús. Es un cadáver y un soldado le da un golpe de lanza y de la herida brotó sangre y agua. Es una escena sintética.

San Juan nos advierte que todo sucedió para que se cumpliera la escritura: No se le romperá ningún hueso: porque es el verdadero cordero pascual (recuerden que en cordero pascual se le degollaba y se asaba de una pieza, sin romper ningún hueso). Y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que atravesaron.

La tradición de la Iglesia siempre ha contemplado en este acontecimiento el momento de su propio nacimiento y ha entendido que el símbolo del agua y de la sangre son los sacramentos del Bautismo y Eucaristía.

Jesús entregará su vida para que todos los hombres tengamos vida eterna. Esta es la verdadera razón de su muerte. Y la lección es fundamental para nuestra existencia: en la medida en que entreguemos nuestra vida por los demás, alcanzaremos la vida en plenitud. 

Más allá de los protagonistas de aquel momento histórico, estamos todos nosotros. El relato de la muerte quiere invitar a la conversión, a la adhesión a Cristo y sobre todo a que lo imitemos. 

Podemos decir que quien muere en una cruz ha caído en desgracia. La cruz es el símbolo de todo lo pesado y difícil. Entonces cómo predicar la aceptación de la cruz.

La respuesta estará en conocer que el verdadero sentido de la cruz de Nuestro Señor es el amor. ¡Qué bien comprende el amante los sacrificios y esfuerzos por quien ama! Porque la cruz no es un fin en sí misma, es la expresión de amor. Es el lugar de la redención de toda la humanidad. Ahí está Dios reconciliando a la humanidad por la sangre de su Hijo. 

Ya lo había anunciado Jesús en la última cena “Tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.  

En la cruz, Jesús obtuvo para el mundo entero el perdón de los pecados. Ahí aplasta la cabeza de la serpiente que amenaza la vida de los hombres. Ahí Cristo libera a la humanidad del dominio de la muerte y abre para todos la esperanza de la vida eterna.

La cruz de Cristo es símbolo de gloria, es símbolo de esperanza, es expresión del máximo amor posible, del amor que Dios nos tiene a cada uno de nosotros, un amor tan grande que le 3 llevó a entregar a su Único Hijo. Este es el significado de la Cruz y este es su poder. Jesús se convierte en fuente de vida para todos y la muerte queda definitivamente vencida. 

La cruz es demasiado importante para alejarla de nuestra vida, porque nos recuerda lo que hizo Jesús por nosotros, nos recuerda el amor que Dios nos tiene, allí manifestó de una vez por todas, lo que es y lo único que quiere ser para los hombres. 

La cruz nos recuerda nuestra identidad, nos invita a resucitar con Cristo a una vida nueva, y a abrazarnos a ella en los momentos más difíciles de nuestra existencia, nos invita a abrirnos al don de la reconciliación, nos compromete a dar testimonio de Cristo con nuestras obras y palabras. 

No podemos ver en la cruz un símbolo de muerte ni de castigo, como algunos creen, sino un símbolo de reconciliación, la fuente inagotable de vida y de esperanza. 

Contemplar la cruz con veneración puede cambiar nuestra actitud cuando padecemos enfermedad, cuando somos víctima de una desgracia, cuando sufrimos la dureza de la vida. Necesitamos detenernos delante del rostro de Dios, manifestado en Cristo crucificado. Es ahí donde encontramos su verdadera y real imagen y su originalidad. Cualquier otro rostro diferente de Dios no responde a la verdad. La cruz de Jesucristo es el lugar para conocer a Dios.

Todos nosotros fuimos marcados por la señal de la cruz en la frente el día del bautismo, con ello se nos decía: haz de tu vida una imitación de la cruz de Jesús, es decir una imitación de su entrega y de su amor. 

Valoremos la tradición de tener un crucifijo siempre a la vista, porque la cruz nos habla mucho, su mensaje, profundo, intenso no deja de invitarnos a hacer de ella nuestro camino. 

En una oración del Ángelus, Benedicto XVI decía “Hacer la señal de la cruz es pronunciar un sí visible y público a Aquel que murió por nosotros y resucitó, al Dios que en la humildad y debilidad de su amor es el Todopoderoso, más fuerte que todo el poder y la inteligencia del mundo”. Hacer la señal de la cruz es un acto de fe. 

El mismo Señor nos había dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Pues en la cruz encontramos el lugar donde el amor se manifiesta con toda su fuerza, un amor intenso, apasionado hasta dar la vida. 

Cada vez que meditamos la pasión nos sentimos integrados en aquella historia. Todo aquello que sucedió con Jesús, tiene que ver conmigo y era para mí. Junto a los dos ladrones estaba toda la humanidad, suplicante o resentida. El apóstol Pablo, muchos años después de la muerte de Jesús dirá: “Me amó y se entregó por mí”. Y cada uno de nosotros puede suscribir estas palabras. Jesús se entregó y sigue entregándose por mí.

El mismo Señor nos había dicho que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Pues en la cruz encontramos el lugar donde el amor se manifiesta con toda su fuerza, un amor intenso, apasionado hasta dar la vida

Cada vez que meditamos la pasión nos sentimos integrados en aquella historia. Todo aquello que sucedió con Jesús, tiene que ver conmigo y era para mí. Junto a los dos ladrones estaba toda la humanidad, suplicante o resentida. El apóstol Pablo, muchos años después de la muerte de Jesús dirá: “Me amó y se entregó por mí”. Y cada uno de nosotros puede suscribir estas palabras. Jesús se entregó y sigue entregándose por mí.

En Jesucristo, que acepta la muerte por mí, descubro que Dios me ama como hijo, me ama gratuitamente por encima de lo que yo merezco. Y esta es la auténtica y verdadera biografía de cada uno, en la que Dios es tan protagonista de ella como cada uno de nosotros. No nos entendemos verdaderamente ni nos conocemos realmente al margen de Dios. 

Ser discípulo de este Jesús, tal y como aparece en la cruz significa reconocer que Dios me creó para la tarea de amar, para ser instrumentos de su amor. Y un amor que se expresa en la alegría y el servicio, que ayuda a construir una sociedad que valora el invertir en los demás tiempo, energías, vida, amor; sin excluir a nadie, y dirigido especialmente a lo más débil, a lo más desprotegido. Podríamos resumirlo así: Dios te ama para que ames.

 Pero con un amor verdadero como el que se manifiesta en Jesús. 
- Un amor lleno de ternura.
 - Un amor más fuerte que nuestro pecado.
 - Un amor gratuito que llena completamente nuestro corazón. Y que se manifiesta como misericordia. 
 - Cercano al pobre y al que sufre porque lo necesitan. Porque solo Dios les hace caso, y a él pueden ir los cansados y agobiados a encontrar alivio.
 - Es un amor que nos conoce y que nos llama por nuestro nombre. 
- Amor especial a los desamparados, a los que sufren.
 - El amor de Jesús se nos muestra siempre indulgente. Indulgencia significa comprensión, tolerancia, paciencia, perdón, misericordia,



Contemplar con fe el rostro de Dios en el Cristo crucificado nos constituye en sus apóstoles y nos hace hermanos. Nos impulsa a acudir allí donde se nos necesita siempre con las manos llenas de amor. Es darle al prójimo lo que necesita, ser instrumentos concretos de amor que lleva soluciones a los problemas, consuela al afligido, acompaña al que está sólo, da pan al hambriento.

Si en el hermano que sufre está el Señor, y lo está, porque él ha dicho que lo que hiciéramos con alguien que sufre lo hacemos a él, de la misma manera podemos decir que en cada uno de nosotros puede estar la Madre del Señor cuando les llevamos el consuelo que ella llevó a Cristo crucificado.

 Dice el Papa Francisco en su Exhortación pastoral Evangelii Gaudium, hay una manera mariana de actuar: Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes.

Realmente la cruz de Cristo es la victoria del amor de Dios. No se puede dudar de que Dios nos quiere, Jesús no condena ni aunque le maten. Qué gran esperanza para todos nosotros, porque Dios no mandó a su Hijo al mundo a para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

En la cruz se ha hecho visible el rostro de Dios. Se han dejado sentir las entrañas de Dios, sus sentimientos profundos. En la cruz Dios se nos manifiesta abriendo sus brazos, derramando su sangre, comunicando su Espíritu, para decirnos con toda su fuerza y profundidad que nos ama hasta el extremo. Esta es nuestra certeza y nuestra inmensa alegría, que a pesar de todo siempre podemos contar con el amor verdaderamente infinito del Señor, que en esta Basílica queda expresado plásticamente con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que la preside.

Y quiero terminar con esta jaculatoria que tanto bien nos hace a todos:

 ¡ SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS EN TI CONFÍO ! 





Homilía a cargo de:
 D.LUIS MIGUEL CASTILLO.
RECTOR DE LA BASÍLICA DEL SAGRADO CORAZÓN.


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