lunes, 8 de junio de 2020

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (Ciclo A)


Oh Dios, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa.

Con esta hermosa plegaria, hemos rezado en la denominada oración colecta de esta Misa, que es la oración que expresa la teología de la fiesta del día. Hoy en la Eucaristía celebramos el augusto, tremendo y a la vez entrañable misterio del único Dios, revelado como comunión de tres personas. Una sustancia divina, tres subsistencias que se


 relacionan, tres personas. Términos tomados de la filosofía para hacer un discurso racional, puesto que la fe busca inteligencia fidesquaerensintellectum, como decía S. Anselmo, pero lo hace sobre un misterio que nos sobrepasa, porque, no olvidemos, Dios es siempre más grande… 

Todo el esfuerzo de la iglesia antigua fue, amén de la expansión de las comunidades cristianas con su ideal de “vida común”y de identificación con Cristo, a través de la predicación y del testimonio, muchas veces martirial, fue, digo, expresar con precisión, ante los movimientos llamados heréticos, que se desviaban de la tradición apostólica, cuál era la Fe de dicha comunidad, en qué Dios creían, formulando para ello verdaderos monumentos litúrgico-dogmáticos, que son los símbolos de la Fe, vulgarmente llamados “credos”. 
Y así los primeros concilios ecuménicos: principalmente el de Nicea en 325, el de Constantinopla en 381, el de Éfeso en 431 y el de Calcedonia en 451, fijaron nuestra Fe, que aún hoy profesamos recitando el credo al acabar la homilía en las misas dominicales.

Fijemos nuestra atención por unos momentos en Dios. El Padre nunca ha dado problemas, ese gran arcano, fuente de toda divinidad y por tanto del ser, es glorificado por todos los creyentes. En cuanto al Hijo hubo que defender su divinidad frente a los arrianos, y en lo que se refiere al Espíritu, lo mismo, frente a los pneumatómacos, entre otros. La gran fatiga era presentar dignamente a la razón y sin lesionar el misterio de fe, la doble naturaleza de Cristo, cómo unir la divinidad y la humanidad en este Redentor tan peculiar, y por otra parte, pues somos monoteístas, cómo salvar la unidad esencial de Dios, aceptando a la vez una pluralidad de personas o vida de comunión en la intimidad divina. Las controversias estaban servidas, pero la Fe que triunfó, fue la fe católica tal y como la conocemos ahora, esa es nuestra Fe, la que sostiene nuestra esperanza, nuestras vidas

Aunque toda verdad dogmática está ya contenida en la Sagrada Escritura, como un gran árbol en una semilla está ya de forma implícita, poco a poco, los Padres de la Iglesia fueron redactando los credos, alcanzándose con la época de los grandes obispos teólogos de la Capadocia en el siglo IV, una teología madura acerca de la Santísima Trinidad. Es decir, se parte del dato revelado en las escrituras inspiradas por Dios, no es que sea nuestro ingenio el que proyecte un Dios Trinidad, lo cual creo a nadie se le habría ocurrido, entre otras cosas porque complica el discurso, la verdad supone generalmente dificultad. Esto es algo muy importante para comprendernos a nosotros mismos como creyentes, en particular como cristianos.
 Adoramos a un Dios que es un misterio revelado  mysteriumfactumnotum, en expresión de S. Pablo en Efesios 3,3. Al decir misterio no enfatizamos la problemática de un enigma, algo impenetrable a la razón humana, sino una sobreabundancia de luz, que nos supera y sólo puede proceder de la gratuidad superna y ser recibida en la fe. Esta fe cristiana supera a la religión para la ciudad, de diseño romano, religión ritual para tener contentos a los dioses y mantener el orden social, pero a la que poco interesaba el corazón del hombre y sus angustias existenciales, e igualmente supera a la religión mistérica, de origen más oriental basada en la doctrina del arcano y de la iniciación de individuos, que quedaban envueltos en el misterio transformante, derivado de procesos de la naturaleza, p. ej. los cultos de Eleusis y de Mitra, que por otra parte influyeron en la organización catecumenal del cristianismo antiguo. Para el cristiano, que se ve introducido, sí, en un misterio, el de Cristo, de orden sobrenatural que no natural, también le interesa la especulación acerca de la identidad divina en sí misma, no sólo la acción de lo divino en nosotros, por eso produjimos credos y literatura dogmática, en la que se trata el tema de la Trinidad. 

En definitiva, hermanos, para nosotros, cristianos, la religión no es a la carta ni la diseñamos nosotros, sino que se funda en un mensaje que nos viene de lo alto, de Dios a nosotros. Por eso no vale que nos lo montemos a nuestro gusto, como hace la new age, y su espiritualidad, diría sin Dios. Porque hemos pasado de Cristo sí Iglesia no, a Dios sí Cristo no, y a espiritualidad sí Dios no… o sea a engrandecer al hombre a costa de empequeñecer a Dios, una cadena perversa, un artefacto humano, que nada tiene que ver con la tradición religiosa basada en un acto de revelación, gratuito y sorprendente de Dios, que sale de sí mismo, como corresponde a la dinámica del amor excesivo que es, y que se da a conocer, o sea se revela, no todo Él, pero sí lo que necesitamos y podemos recibir en nuestra débil condición humana. Es un Dios con el que se dialoga, se establece amistad, de quien se recibe amor, ¿qué tiene esto que ver con esa confesión popularizada hoy día de “creo en algo…”? Pues tiene que ver bien poco. Yo no creo en algo, sino en alguien, que me comunica que es una comunión de amor de tres personas. 

Lo primero pues que vemos concluir es que ante Dios siempre hay que estar a la escucha, porque Dios habla. Como estuvo Moisés a la escucha en el monte Sinaí, donde Dios sanciona una ley con la que se construye un pueblo propio y entrega un decálogo que tendrá influencia primordial para la vida ética de las sociedades humanas, más allá de Israel. En la primera lectura de hoy hemos apreciado cómo se enfatiza la trascendencia de Dios, Dios está más allá de este mundo y de nuestra comprensión, es el totalmente santo, pero está ávido de comunicarse al hombre, da con generosidad porque quiere dar y llama al hombre porque lo quiere llamar, es Señor, Dios compasivo y misericordioso.

 Para los otros creyentes monoteístas entroncados en el Dios que se revela a Israel, hebreos e islámicos, considerar una Trinidad de personas en Dios es rechazable, porque les parece deja mal parada la Fe en un solo Dios. Dios es uno.
Hasta ahí, todos compartimos, pero para ellos Dios ni da el salto de la encarnación, no se acerca a mí haciéndose amable ni se manifiesta trinitario. Pero lo que confesamos nosotros, cristianos, no niega lo que ellos confiesan, simplemente tiene más carga de información, porque hemos recibido más revelación en Cristo Jesús.
 Algunos radicales se ponen muy nerviosos, se ve que piensan que son defensores de Dios… pero a Dios sólo se le hace buena propaganda amando… Ciertamente que es un solo Dios, pero no solitario, así es Dios, no le digamos nosotros cómo tiene que ser, y ello es congruente con su esencia que es amor, porque el amor supone siempre dar y recibir, relación, por tanto interacción entre personas. Y esta comunión o relación pura de amor es armonía que ha dejado huella en el cosmos y más en el hombre, imagen de Dios, y que impulsa a elevarse a la unidad a cuanto hay diverso, esparcido por todo el universo. De aquí obtenemos nuestra segunda gran consecuencia de vida espiritual: estamos llamados a vivir no en rupturasino en comunión, como vive Dios, que es una trinidad. Más humanos somos, cuanto más comunión establecemos con los otros y con el gran Otro, que es Dios, puesto que somos imago Dei. ¡Y sin embargo cuánto se desintegra por todos sitios la huella de la divina armonía!: en nuestras relaciones con la naturaleza, convirtiéndonos en depredadores ambiciosos, entre los hombres, con relaciones de ataque y dominio, a veces físico a veces psicológico, con la sospecha que nos aísla en nuestro egoísmo, en nuestros juicios, con las injusticias sociales,en los conflictos raciales, con la rivalidad, en la que el otro no me ayuda a ser más yo, sino que me estorba, y así en un largo y lamentable etcétera.

Hay, por último, también que decir, en honor a la verdad, la importancia del concepto de persona forjado en ámbito teológico para explicar el misterio de Cristo y de la Trinidad, que manifiesta cómo entendemos también al hombre y que garantiza la condición individual del hombre. Basta recordar como S. Agustín al reflexionar sobre el ser de Dios, sobre la Trinidad, piensa en el concepto de persona y lo inunda de dos colores fundamentales “la relación”pros ti de Aristóteles y “la intimidad”, que es aplicable igualmente al hombre, o sea, quiero decir que cuando se piensa en Dios se va consolidando el mayor concepto que gobierna la antropología, el ser de los hombres como es el de persona y es que el ser humano es imagen de Dios y podemos extrapolar el axioma referido a la doble naturaleza de Cristo ubi deus ibi homo e incluso darle la vuelta ubi homo ibi Deus aplicándolo a todo lo que concierne a la identidad del hombre. Pues tengamos cuidado no vaya a ser que tan ocultado Dios, como parece estar en el horizonte cultural de hoy día, vayamos a disolver al hombre. ¿Sin persona divina cuánto tiempo podrá subsistir la persona humana? Aprendamos de la historia. Todas las ideologías que eclipsaron a Dios terminaron degradando al hombre (marxismo, nazismo,…).

Hermanos, hemos escuchado hoy en el Evangelio: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo para que tuvieran vida eterna, pues que esa vida que ya actúa en nosotros, en la medida que le dejamos, a través del amor, madure en nuestros corazones y produzca frutos abundantes para gloria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. 



¡Así sea!


AUDIO:




 Luis Miguel Castillo Gualda 
 Rector de la Basílica del Sagrado Corazón

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