viernes, 7 de mayo de 2021

MEDITACIÓN PRIMER VIERNES MAYO 2021

 

MEDITACIÓN

para el Primer Viernes de Mes

7.5.2021






El corazón habla al corazón

              Culminado el jubileo, volvemos a la maravillosa normalidad y a nuestras meditaciones que intentan ayudarnos a alcanzar una verdadera oración del corazón, en estas tardes del primer viernes de mes, dedicadas al culto al Sagrado Corazón de Jesús.

            Como aquellos discípulos de Cristo, también nosotros sentimos la imperiosa necesidad de decir: ¡Señor, enséñanos a orar! (Lc 11, 1). Porque no sólo hay que rezar, sino que hay que rezar bien, es decir, con la seguridad de que realizamos una actividad tan noble del alma, de acuerdo a la voluntad de Dios, no vaya a ocurrirnos que oremos mucho y nos cunda poco, porque si no está el Salvador de por medio nos acontece como a los discípulos, que pasaron toda la noche tirando la red sin obtener pesca… (cf. Lc 5,5).

            Mucha es la doctrina que la tradición espiritual de la Iglesia ha acumulado acerca de la plegaria. En el breve tiempo de esta meditación, sólo nos fijaremos en algunos detalles que nos puedan ayudar, teniendo por seguro que seguiremos tratando la cuestión en sucesivas ocasiones.

            No toda actividad de recogimiento y de silencio es oración cristiana. En verdad que todo lo que nos ayude para eliminar tanta dispersión, que nos visita con la actividad diaria, facilitará la oración, pero la plegaria comienza cuando  dialogamos con el Señor y llega a su perfección cuando el corazón, sin necesidad del fluido de palabras, se ensancha y “conecta con Dios”, siempre a través de nuestro Salvador Jesucristo, el único camino para alcanzar al Padre (cf. Jn 14, 6).

            Como la oración no es una empresa al margen de nuestra vida, como bien podemos comprender, no se puede dar una oración madura en una vida inmadura en caridad. Si quieres entrar en la comunión con el Dios de la vida, debes primero entrar por los caminos del amor. A su vez la oración nutre nuestra caridad. Se da una perfecta retroalimentación. Si rezamos bien, amamos, si amamos, rezamos bien. La caridad es el termómetro de cómo es nuestra plegaria. No vaya a ser que nos empeñemos con muchos métodos de oración y resulte que al fin nuestra plegaria se convierta en un alarde de narcisismo, de dilatación de nuestro “yo” (ego), creyendo que estamos en el séptimo cielo cuando andamos aún muy a ras de tierra… Nada peor que engañarse a uno mismo ante Dios y sin embargo a veces hacemos de la religión y lo divino, que es lo más sublime, algo ridículo.

            Principio y fundamento de toda oración es que tenemos que reconocer cómo estamos y aspirar a tener un trato íntimo con el Señor. La oración nos proporciona el trato familiar e intenso con Cristo y a través de Cristo con Dios, y nos ayuda a reconocer nuestros pecados y a suspirar por los ascensos en el amor, porque la oración es una cuestión de amores, desea y busca incrementar nuestra comunión de vida con la Santísima Trinidad, nuestro Dios, que se revela como una comunión de tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo.

            Como la oración engloba todo cuanto somos, no podemos despreciar la actividad intelectual en el momento de la plegaria. Nuestra mente trabaja, nos propone pensamientos, que bien aprovechados (o sea dejando aparte los que nos distraen de nuestro objetivo) nos van poniendo en presencia del Señor. Ahora bien, el tiempo de la oración no es el tiempo de organizar lo que vamos a hacer, ni de hacer un repaso a nuestros proyectos, esto puede tener cabida sólo en un primer momento, pero debemos aspirar a hacer cuanto antes un tránsito a la consideración de Dios por Dios mismo. Hay que acostumbrarse a emocionarse con Dios, a contemplar a Dios, a entretenernos con Dios. Los grandes místicos son testigos de que Dios es muy, muy “divertido”, tiene potencia para engolfar al alma en su presencia amorosa y es entonces cuando le concederá intuiciones de su grandeza y santidad. Como se suele decir, nos elevará. Comienza como puedas tu oración, muévete impulsado por aquello que más te empuja a amar y luego realiza aquello que el divino Redentor mandó a Simón duc in altum, rema mar adentro (Lc 5, 4)

            Se podría objetar que ya tratamos con Dios a cada momento de nuestra jornada, por tanto, qué sentido podría tener el replegarse interrumpiendo nuestra actividad en una especie de artificio psicológico, que sería el tiempo dedicado a la meditación y oración. Fijaos que estamos hablando no del tiempo de la celebración litúrgica, sino del tiempo de oración en silencio y profundo recogimiento en Dios. ¿Acaso no está ya Dios con nosotros e invade todo lo creado (cf. Hechos 17, 28)? Esto es cierto y las almas puras así lo descubren, pero no todos estamos en ese estado de pureza de corazón, que descubre a Dios en todo y en todo momento. Dios está con nosotros, pero nosotros no siempre estamos con Dios. Es necesario para adquirir intimidad de trato con el Señor, que como dice el Evangelio, busquemos llamemos y pidamos (cf. Mt 7,7), para así encontrar a Dios, entrar en su presencia y recibir el don del Espíritu, que nos guiará, a impulsos del amor, hasta lo más alto, que es por lo que aspira nuestro corazón, que por desgracia se enreda con los afanes de la vida presente y queda muchas veces frustrado lejos de Dios y de su luminosa simplicidad. Se impone la analogía matrimonial. De igual forma que en la vida de un matrimonio, en que se comparte todo y se realizan muchas actividades juntas, la pareja tiene deseos de tener momentos de gozo con la intimidad conyugal, que proporciona una intensa unidad entre ellos, pues de igual forma entre el alma y Dios se establece con la oración “del corazón” un momento de intimidad y regocijo sin igual.

            Basta por hoy con estas consideraciones, como dice la Sagrada Escritura en el libro de los Proverbios 9,9 Da consejo al sabio, y será más sabio. Sólo quisiera añadir una breve mención a la más que santa María, Madre de Cristo, a la que veneramos en nuestra diócesis con el título de Madre de Desamparados, cuya fiesta en esta tarde comenzamos. ¿Quién entiende más de oración, que aquella que es por antonomasia la Virgen Orante? Toda Ella es potencia suplicante y está envuelta en “mágico resplandor” como dice su himno, amictasole, rodeada del sol, (Ap 12,1), envuelta en la luz de Dios y ello porque su corazón está enteramente entregado en un incondicional sí al Dios Altísimo. María no sólo ha dicho sí a Dios, sino que ha perseverado en ese sí, por eso Dios la ha capturado para si y ha hecho de Ella una dulzura de mujer, con belleza sin igual, que cautiva y enajena, modelo de orantes y segura puerta del Cielo.

¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!

                                                                       Luis Miguel Castillo Gualda

                                                                          Rector de la Basílica del Sagrado Corazón (Valencia)


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