Meditación
para el primer viernes de mes
4
de Junio de 2021
el corazón habla al corazón
Seguimos
en este primer viernes del mes de Junio, mes dedicado al Corazón de Jesús,
reflexionando acerca de la “oración del corazón”.
La
oración es la atmósfera natural del creyente, pues la plegaria consiste sencillamente
en establecer una relación íntima, familiar, amistosa con el Señor en quien
creemos. ¿Cómo confesar a Dios y no desearlo y buscarlo con el corazón? Sería
una contradicción, aunque, lamentablemente, caigamos con facilidad en ella.
Como dice San Pablo: no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero, eso hago. (Rom 7, 19).
Acabo de decir “sencillamente” al describir la oración como
un trato amistoso con Dios, con el Señor Jesús. Ciertamente así lo es, pues las
cosas de Dios son muy, pero que muy simples. Si nos resultan complejas es
debido a nuestra propia complejidad, somos complicados, nos complicamos la
vida, y por eso tendemos a hacer de lo religioso un artefacto aparatoso. Dios,
sin embargo, es simplicidad máxima. ¡Sí!, Dios es simplicidad, lo es y lo
complejo no conoce a Dios ni puede “conectar” con Él; pero hemos predicado
muchas veces que, decir simple no significa decir fácil. Lo simple no siempre
es fácil a causa de nuestra complicación interior, a causa del desorden
interior, que sufre nuestro corazón, que desea aquello que no le puede hacer
feliz y equivoca fácilmente el camino, desorden derivado de su dispersión entre
las criaturas, lo que nos introduce el ruido ese que tanto nos fastidia en los
momentos de recogimiento. Convenzámonos de que el silencio interior necesario
para estar en presencia de Dios no es cuestión tanto de ser hábiles en técnicas
de relajación de la mente, cuánto de adecuar nuestra vida a la voluntad de
Dios, o sea no es tanto una cuestión psicológica cuanto teologal, se trata pues
de progresar en fe, esperanza y caridad. Recordemos que la genuina vida
creyente es la pautada por las virtudes teologales, pero de esto hablaremos
otro día.
Concluíamos en la anterior meditación, que
la oración del corazón es una cuestión de amores, y que por tanto no la podemos
producir nosotros. Así es. Yo no puedo decirme a mí mismo(a): ¡enamórate de
esta mujer, enamórate de este varón! Y a continuación que se produzca. Ello
indica que el corazón tiene un punto profundo que se nos escapa y que sólo se
somete al amor, no estando regido por la mera racionalidad. Esta condición
incontrolable del amor nos recuerda que somos nosotros quienes debemos
sumergirnos en el amor, que nos supera y que no lo podemos dominar. ¡Menos mal,
que hay una instancia en el mismo hombre, incontrolable por el hombre! Así es
el amor, así es Dios, que es amor, un Dios no manipulable, aunque a veces
pretendamos domesticarlo....
Es el amor por tanto el que despierta la
oración del corazón en nosotros con la “ignición” de que hablábamos el día
anterior, permitiéndonos pasar de la mente al corazón, o sea de la oración más
discursiva, apoyada en palabras y actividad mental, a una oración más bien
sostenida en el impulso amoroso del corazón. Esta oración que llamamos “del
corazón” proporciona una experiencia de unidad sin igual, o sea elimina de un
plumazo la dispersión a la que estamos habituados y nos concentra como en un
punto en el que amamos y somos amados, facilitándonos la fruición de Dios en la
medida que cada corazón pueda o está llamado a gozar de Dios en cada momento.
Esta oración se sostiene en el deseo de
Dios y en ese deseo o impulso amoroso siente que lo dice todo sin necesidad de
particulares. Entonces ocurre lo que también comentábamos en la anterior
meditación: se dilata nuestro corazón sine fine, no pongamos límites al
amor. Es imprevisible cuánto se pueda dilatar tu corazón, teniendo la
experiencia de una apertura generosa al amor y de un deseo firme de entregarse
al amor, que eso es consagración al corazón de Jesús que te entregues a Él, sin
medida, sin tasa. El amor repugna los límites.
Y tanto es así de maravillosa la
experiencia de la oración del corazón que ha habido cristianos en la iglesia,
grandes santos, que han tenido una experiencia de universalidad del amor, qué
otra cosa es si no lo de san Benito cuando tuvo esa maravillosa
visión, en la cual él estuvo tan cerca de ver a Dios cuanto es posible a un ser humano en esta vida. Dice san Gregorio:
“vio todo el mundo reunido como si estuviera bajo un rayo de sol. (San Gregorio
Magno Libro de los diálogos35).
Es
pues el amor que
despierta esta oración, a nivel de corazón profundo, en nosotros, permitiendo
el tránsito de la oración intelectual en la que necesitamos de palabras y
conceptos a la experiencia de gracia de una oración cordial que se sostiene en
el amor de Dios y a Dios, en silencio profundo, con reposo, dilatando nuestro
corazón, moviéndolo a la entrega al amor.
No la podemos producir, pero la podemos
favorecer y propiciar y desear si nos determinamos… Se requiere, como diría
Santa Teresa, maestra de orantes, en su obra Camino de Perfección, “una
determinada determinación” para seguir al Señor:“ Digo que importa mucho, y el
todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al
final, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se
trabajare, murmure quien murmurare...” (Sta. Teresa, Camino 21,2). Esta
decisión de seguir a Jesús implica igualmente ser fieles a la plegaria y no
cejar en nuestro empeño a pesar de nuestras situaciones vitales adversas que
sean. La oración no es una actividad de lujo o de desfaenados, en ella nos
jugamos nuestra perfección y amistad con el Señor. Escuchemos lo que dice Santa
Teresa:
"el
pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente
para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la
costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades
puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en
la soledad".
De hecho, ha habido enfermos
que han sido grandes orantes. No olvidemos tampoco que durante sus viajes Santa
Teresa hacía parar los carruajes y se entregaba a la meditación allí donde
estaba. Esto es tomarse en serio la oración y darse cuenta de que somos templo
de Dios.
Quede claro que la oración cristiana no es
una anulación de nuestro yo, sino que es eminentemente dialógica. Ahora bien,
el diálogo tiene que llegar a ser tan denso y espiritual, que se escape a las
palabras y en ese diálogo o comunicación o intercambio la asimetría es tal
entre Dios y nosotros que parece que cuando más recibimos es cuando más nos
escondemos pareciendo que nos disolvemos en la inmensa presencia de Dios, pero
no nos aniquilamos, pues la oración cristiana no consiste en una fusión con el
Todo, sino en una relación con Dios.
Pero ocurre que somos tan débiles, estamos
tan urgidos, tenemos un problema de perspectiva tal, que lo inmediato, aunque
sea menos importante, nos ocupa la atención tanto, que es fácil relegar el
tiempo dedicado a concentrar nuestra atención y afecto en el Señor, aun siendo
Dios y nuestro destino de comunión con Él lo más importante para nuestras
vidas. Este es el drama del hombre: agotarse en lo pequeño e inmediato, aun
cuando se siente llamado a lo grande y eterno. Pero si queremos ser orantes, se
requiere escapar de esta trampa. Lo cual es posible, pues el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad(Rom 8, 26)
Vamos
a exponer ahora para finalizar algunas consideraciones, que conciernen a todo
aquello que envuelve el noble ejercicio de la oración, facilitándola, para que
cuidando estos detalles salgamos triunfantes en la sublime empresa de aspirar a
la oración del corazón.
Lo
primero que conviene decir es que hay que sumergirse en la oración lo más
inmediatamente posible cuando nos despertamos a un nuevo día. No es bueno
comenzar la jornada enchufando la radio o la televisión o conectándose a
internet, mirando el teléfono móvil o estableciendo conversaciones con los
hombres. Debe mantenerse un tiempo con ritmo diario que podríamos denominar “el
gran silencio”, como los monjes hacen en los monasterios, un tiempo en el que
nos acostumbremos a tratar con solo Dios. Si nos disolvemos en la actividad
nada más empezar el día ya iremos el resto de la jornada dispersos. Es de suma
importancia cómo empezamos, decían los clásicos que quien empieza bien ya tiene
la mitad de la faena hecha qui bene incipit dimidium habet. En toda obra
musical o literaria el llamado exordio da el tenor y la calidad de la
composición. Igual en nuestra jornada de oración.
Así
pues, un poco de silencio matutino, y no demorar el comienzo de la oración después
de alzarse del descanso nocturno. Lógicamente si queremos perseverar en la
plegaria de la mañana, tenemos que tener en cuenta nuestros ritmos y
obligaciones, para despertarse con el tiempo necesario para dedicarse con
tranquilidad durante un rato a Dios. Cada uno haga lo que pueda, pero lo que
puedas hazlo, no lo dejes sin hacer. No creo que se deba decir a hombres
adultos los minutos que tienen que dedicar a la oración, eso lo va pidiendo el
corazón, sin forzar, con suavidad, poco a poco. Una buena disposición matinal
sería comenzar a orar con alguna oración vocal que nos mueva a amar, con los
salmos, con la plegaria de las laudes, con el evangelio del día, así nos
ponemos en “modo oyente de la Palabra”, en definitiva, de Dios, que es el
estilo de vida de un creyente cristiano. A mí en particular me ayuda mucho
comenzar con un misterio del rosario, una oración tan suave, tan repetitiva,
que te centra en la presencia de Dios, rogando la intercesión de la Virgen María,
la Madre de la Iglesia, este momento pude prolongarse con un poco de lectura
espiritual de algún clásico de la espiritualidad o de un texto que nos ayude a
rezar a contemplar el misterio de Dios y luego viene el momento de la verdad,
momento de exponerse a Dios “a pecho descubierto”, concentrando la atención en
Dios y deseando la comunión con Él, momento de pensar en los misterios de
nuestra Fe, cualquiera de ellos puede embargar nuestra atención y elevarnos al
cielo.
Llegados
aquí conviene sumergirse en Dios como quien se arroja al mar y se inunda de
agua, así nosotros, por usar una analogía, nos sumergimos en la inmensidad de Dios y le dejamos a Él la primacía, a partir de aquí aparece el arte de la
oración personal, de entrar en el tabernáculo, en el corazón, a la conquista de
nuestro corazón, en un juego sin igual entre la gracia y la naturaleza, en un
combate personal con Dios en el que no hay que temer sentir nuestros miedos y
dudas lanzando interrogantes quejas a Dios pero en el que hay que fomentar nuestra
confianza lanzando también de vez en cuando alguna jaculatoria al Señor, que
exprese nuestro amor y saber esperar invocando al Espíritu que nos cubra y
penetre sane nuestro corazón que disuelva nuestros miedos, nos mantenga en la unidad, nos unifique… no teniendo otro criterio
de acción sino que fomentar aquello que nos mueva a amar, pues el amor nos
conduce a más amor y quédate así quieto callado escondido.
No te
pierdas en lo pequeño, pero a la vez sé un hombre de detalles pues en lo pequeño
se juega la belleza de un bordado y quien es fiel en lo poco lo será en lo
grande dice el Salvador… (cf. Mt 25, 21)
Ciertamente
en el primer momento de la mañana la mente se encuentra despejada, no ha sido
aún atosigada por los acontecimientos de la jornada. Estando así es más fácil
concentrarse en la presencia de Dios, mantenerse en silencio interior. Con parejo entusiasmo a como nos lanzamos a
la actividad que nos aguarda en la jornada, el alma desea a Dios y no escatimará
esfuerzos para buscarlo.
Junto
a la primera hora de la mañana el otro momento propicio para la oración del
corazón es la noche. Después de ceder la actividad del día, cuando tenemos otra
vez tiempo para nosotros, pero antes de que nos embargue la somnolencia, en la
oscuridad de la noche y su silencio, el alma orante se empapa de esperanza y de
igual forma que un vigía aguarda la aurora, así el creyente espera el amanecer
de Dios en su vida. La noche estimula la esperanza. Le presentamos a Dios los
aciertos y errores del día vivido, le pedimos perdón, le damos gracias, y de
nuevo a abandonarse en las manos de Dios. La confianza en Dios es el fulcro de la
verdadera oración, sea matinal sea nocturna. De igual forma a que la psicología
del individuo tiene una disposición diversa en la mañana respecto a la noche,
el alba provoca expectación el ocaso y la noche quietud, así se traduce en la
modulación de nuestra oración, que es la apertura del alma a Dios.
Hemos
hablado de la mañana y de la noche, y el resto de la jornada ¿qué hacemos?...
dos recursos vienen en nuestra ayuda: las jaculatorias y las breves pausas que
nos hacen vivir intensamente el presente, sabiéndonos esconder en nuestro
corazón
Busquemos
pues a Dios en todo momento, pero sin afán obsesivo, haciendo que lo
sobrenatural se desarrolle en el medio natural en harmonía, sin rupturas
bruscas. Y no nos desanimemos por nuestras dificultades o aparente poco
progreso en la oración del corazón, pues buscar a Dios es ya en cierta forma
hallarlo, como afirma San Gregorio de Nisa.
Seguiremos
en otras meditaciones tratando el sublime tema de la oración cristiana, queda
mucho que decir, pero dispongámonos ahora a tener un rato de adoración en
silencio intentando descubrir en la Sagrada Hostia a Cristo y en Cristo
deseando alcanzar su Corazón, hay que llegar al mismísimo Corazón de Jesús. ¿Qué
más podríamos desear, conocer, saborear y poseer del ser amado que su corazón?
¡Sagrado
Corazón de Jesús en Vos confío!
Luis Miguel Castillo Gualda
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón
(Valencia)
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