viernes, 4 de junio de 2021

MEDITACIÓN PRIMER VIERNES JUNIO 2021

 

Meditación para el primer viernes de mes

4 de Junio de 2021

 


el corazón habla al corazón

 

Seguimos en este primer viernes del mes de Junio, mes dedicado al Corazón de Jesús, reflexionando acerca de la “oración del corazón”.

La oración es la atmósfera natural del creyente, pues la plegaria consiste sencillamente en establecer una relación íntima, familiar, amistosa con el Señor en quien creemos. ¿Cómo confesar a Dios y no desearlo y buscarlo con el corazón? Sería una contradicción, aunque, lamentablemente, caigamos con facilidad en ella. Como dice San Pablo: no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. (Rom 7, 19).

Acabo de decir “sencillamente” al describir la oración como un trato amistoso con Dios, con el Señor Jesús. Ciertamente así lo es, pues las cosas de Dios son muy, pero que muy simples. Si nos resultan complejas es debido a nuestra propia complejidad, somos complicados, nos complicamos la vida, y por eso tendemos a hacer de lo religioso un artefacto aparatoso. Dios, sin embargo, es simplicidad máxima. ¡Sí!, Dios es simplicidad, lo es y lo complejo no conoce a Dios ni puede “conectar” con Él; pero hemos predicado muchas veces que, decir simple no significa decir fácil. Lo simple no siempre es fácil a causa de nuestra complicación interior, a causa del desorden interior, que sufre nuestro corazón, que desea aquello que no le puede hacer feliz y equivoca fácilmente el camino, desorden derivado de su dispersión entre las criaturas, lo que nos introduce el ruido ese que tanto nos fastidia en los momentos de recogimiento. Convenzámonos de que el silencio interior necesario para estar en presencia de Dios no es cuestión tanto de ser hábiles en técnicas de relajación de la mente, cuánto de adecuar nuestra vida a la voluntad de Dios, o sea no es tanto una cuestión psicológica cuanto teologal, se trata pues de progresar en fe, esperanza y caridad. Recordemos que la genuina vida creyente es la pautada por las virtudes teologales, pero de esto hablaremos otro día.

Concluíamos en la anterior meditación, que la oración del corazón es una cuestión de amores, y que por tanto no la podemos producir nosotros. Así es. Yo no puedo decirme a mí mismo(a): ¡enamórate de esta mujer, enamórate de este varón! Y a continuación que se produzca. Ello indica que el corazón tiene un punto profundo que se nos escapa y que sólo se somete al amor, no estando regido por la mera racionalidad. Esta condición incontrolable del amor nos recuerda que somos nosotros quienes debemos sumergirnos en el amor, que nos supera y que no lo podemos dominar. ¡Menos mal, que hay una instancia en el mismo hombre, incontrolable por el hombre! Así es el amor, así es Dios, que es amor, un Dios no manipulable, aunque a veces pretendamos domesticarlo....

Es el amor por tanto el que despierta la oración del corazón en nosotros con la “ignición” de que hablábamos el día anterior, permitiéndonos pasar de la mente al corazón, o sea de la oración más discursiva, apoyada en palabras y actividad mental, a una oración más bien sostenida en el impulso amoroso del corazón. Esta oración que llamamos “del corazón” proporciona una experiencia de unidad sin igual, o sea elimina de un plumazo la dispersión a la que estamos habituados y nos concentra como en un punto en el que amamos y somos amados, facilitándonos la fruición de Dios en la medida que cada corazón pueda o está llamado a gozar de Dios en cada momento.

Esta oración se sostiene en el deseo de Dios y en ese deseo o impulso amoroso siente que lo dice todo sin necesidad de particulares. Entonces ocurre lo que también comentábamos en la anterior meditación: se dilata nuestro corazón sine fine, no pongamos límites al amor. Es imprevisible cuánto se pueda dilatar tu corazón, teniendo la experiencia de una apertura generosa al amor y de un deseo firme de entregarse al amor, que eso es consagración al corazón de Jesús que te entregues a Él, sin medida, sin tasa. El amor repugna los límites.

Y tanto es así de maravillosa la experiencia de la oración del corazón que ha habido cristianos en la iglesia, grandes santos, que han tenido una experiencia de universalidad del amor, qué otra cosa es si no lo de san Benito cuando tuvo esa maravillosa visión, en la cual él estuvo tan cerca de ver a Dios cuanto es posible a un ser humano en esta vida. Dice san Gregorio: “vio todo el mundo reunido como si estuviera bajo un rayo de sol. (San Gregorio Magno Libro de los diálogos35).

Es pues el amor que despierta esta oración, a nivel de corazón profundo, en nosotros, permitiendo el tránsito de la oración intelectual en la que necesitamos de palabras y conceptos a la experiencia de gracia de una oración cordial que se sostiene en el amor de Dios y a Dios, en silencio profundo, con reposo, dilatando nuestro corazón, moviéndolo a la entrega al amor.

No la podemos producir, pero la podemos favorecer y propiciar y desear si nos determinamos… Se requiere, como diría Santa Teresa, maestra de orantes, en su obra Camino de Perfección, “una determinada determinación” para seguir al Señor:“ Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al final, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmurare...” (Sta. Teresa, Camino 21,2). Esta decisión de seguir a Jesús implica igualmente ser fieles a la plegaria y no cejar en nuestro empeño a pesar de nuestras situaciones vitales adversas que sean. La oración no es una actividad de lujo o de desfaenados, en ella nos jugamos nuestra perfección y amistad con el Señor. Escuchemos lo que dice Santa Teresa:

"el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".

De hecho, ha habido enfermos que han sido grandes orantes. No olvidemos tampoco que durante sus viajes Santa Teresa hacía parar los carruajes y se entregaba a la meditación allí donde estaba. Esto es tomarse en serio la oración y darse cuenta de que somos templo de Dios.

Quede claro que la oración cristiana no es una anulación de nuestro yo, sino que es eminentemente dialógica. Ahora bien, el diálogo tiene que llegar a ser tan denso y espiritual, que se escape a las palabras y en ese diálogo o comunicación o intercambio la asimetría es tal entre Dios y nosotros que parece que cuando más recibimos es cuando más nos escondemos pareciendo que nos disolvemos en la inmensa presencia de Dios, pero no nos aniquilamos, pues la oración cristiana no consiste en una fusión con el Todo, sino en una relación con Dios.

Pero ocurre que somos tan débiles, estamos tan urgidos, tenemos un problema de perspectiva tal, que lo inmediato, aunque sea menos importante, nos ocupa la atención tanto, que es fácil relegar el tiempo dedicado a concentrar nuestra atención y afecto en el Señor, aun siendo Dios y nuestro destino de comunión con Él lo más importante para nuestras vidas. Este es el drama del hombre: agotarse en lo pequeño e inmediato, aun cuando se siente llamado a lo grande y eterno. Pero si queremos ser orantes, se requiere escapar de esta trampa. Lo cual es posible, pues el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad(Rom 8, 26)

Vamos a exponer ahora para finalizar algunas consideraciones, que conciernen a todo aquello que envuelve el noble ejercicio de la oración, facilitándola, para que cuidando estos detalles salgamos triunfantes en la sublime empresa de aspirar a la oración del corazón.

Lo primero que conviene decir es que hay que sumergirse en la oración lo más inmediatamente posible cuando nos despertamos a un nuevo día. No es bueno comenzar la jornada enchufando la radio o la televisión o conectándose a internet, mirando el teléfono móvil o estableciendo conversaciones con los hombres. Debe mantenerse un tiempo con ritmo diario que podríamos denominar “el gran silencio”, como los monjes hacen en los monasterios, un tiempo en el que nos acostumbremos a tratar con solo Dios. Si nos disolvemos en la actividad nada más empezar el día ya iremos el resto de la jornada dispersos. Es de suma importancia cómo empezamos, decían los clásicos que quien empieza bien ya tiene la mitad de la faena hecha qui bene incipit dimidium habet. En toda obra musical o literaria el llamado exordio da el tenor y la calidad de la composición. Igual en nuestra jornada de oración.

Así pues, un poco de silencio matutino, y no demorar el comienzo de la oración después de alzarse del descanso nocturno. Lógicamente si queremos perseverar en la plegaria de la mañana, tenemos que tener en cuenta nuestros ritmos y obligaciones, para despertarse con el tiempo necesario para dedicarse con tranquilidad durante un rato a Dios. Cada uno haga lo que pueda, pero lo que puedas hazlo, no lo dejes sin hacer. No creo que se deba decir a hombres adultos los minutos que tienen que dedicar a la oración, eso lo va pidiendo el corazón, sin forzar, con suavidad, poco a poco. Una buena disposición matinal sería comenzar a orar con alguna oración vocal que nos mueva a amar, con los salmos, con la plegaria de las laudes, con el evangelio del día, así nos ponemos en “modo oyente de la Palabra”, en definitiva, de Dios, que es el estilo de vida de un creyente cristiano. A mí en particular me ayuda mucho comenzar con un misterio del rosario, una oración tan suave, tan repetitiva, que te centra en la presencia de Dios, rogando la intercesión de la Virgen María, la Madre de la Iglesia, este momento pude prolongarse con un poco de lectura espiritual de algún clásico de la espiritualidad o de un texto que nos ayude a rezar a contemplar el misterio de Dios y luego viene el momento de la verdad, momento de exponerse a Dios “a pecho descubierto”, concentrando la atención en Dios y deseando la comunión con Él, momento de pensar en los misterios de nuestra Fe, cualquiera de ellos puede embargar nuestra atención y elevarnos al cielo.

Llegados aquí conviene sumergirse en Dios como quien se arroja al mar y se inunda de agua, así nosotros, por usar una analogía, nos sumergimos en la inmensidad de Dios  y le dejamos a Él la primacía,  a partir de aquí aparece el arte de la oración personal, de entrar en el tabernáculo, en el corazón, a la conquista de nuestro corazón, en un juego sin igual entre la gracia y la naturaleza, en un combate personal con Dios en el que no hay que temer sentir nuestros miedos y dudas lanzando interrogantes quejas a Dios pero en el que hay que fomentar nuestra confianza lanzando también de vez en cuando alguna jaculatoria al Señor, que exprese nuestro amor y saber esperar invocando al Espíritu que nos cubra y penetre sane nuestro corazón que disuelva nuestros miedos, nos mantenga  en la unidad, nos unifique… no teniendo otro criterio de acción sino que fomentar aquello que nos mueva a amar, pues el amor nos conduce a más amor y quédate así quieto callado escondido.

No te pierdas en lo pequeño, pero a la vez sé un hombre de detalles pues en lo pequeño se juega la belleza de un bordado y quien es fiel en lo poco lo será en lo grande dice el Salvador… (cf. Mt 25, 21)

Ciertamente en el primer momento de la mañana la mente se encuentra despejada, no ha sido aún atosigada por los acontecimientos de la jornada. Estando así es más fácil concentrarse en la presencia de Dios, mantenerse en silencio interior.  Con parejo entusiasmo a como nos lanzamos a la actividad que nos aguarda en la jornada, el alma desea a Dios y no escatimará esfuerzos para buscarlo.

Junto a la primera hora de la mañana el otro momento propicio para la oración del corazón es la noche. Después de ceder la actividad del día, cuando tenemos otra vez tiempo para nosotros, pero antes de que nos embargue la somnolencia, en la oscuridad de la noche y su silencio, el alma orante se empapa de esperanza y de igual forma que un vigía aguarda la aurora, así el creyente espera el amanecer de Dios en su vida. La noche estimula la esperanza. Le presentamos a Dios los aciertos y errores del día vivido, le pedimos perdón, le damos gracias, y de nuevo a abandonarse en las manos de Dios. La confianza en Dios es el fulcro de la verdadera oración, sea matinal sea nocturna. De igual forma a que la psicología del individuo tiene una disposición diversa en la mañana respecto a la noche, el alba provoca expectación el ocaso y la noche quietud, así se traduce en la modulación de nuestra oración, que es la apertura del alma a Dios.

Hemos hablado de la mañana y de la noche, y el resto de la jornada ¿qué hacemos?... dos recursos vienen en nuestra ayuda: las jaculatorias y las breves pausas que nos hacen vivir intensamente el presente, sabiéndonos esconder en nuestro corazón

Busquemos pues a Dios en todo momento, pero sin afán obsesivo, haciendo que lo sobrenatural se desarrolle en el medio natural en harmonía, sin rupturas bruscas. Y no nos desanimemos por nuestras dificultades o aparente poco progreso en la oración del corazón, pues buscar a Dios es ya en cierta forma hallarlo, como afirma San Gregorio de Nisa.

Seguiremos en otras meditaciones tratando el sublime tema de la oración cristiana, queda mucho que decir, pero dispongámonos ahora a tener un rato de adoración en silencio intentando descubrir en la Sagrada Hostia a Cristo y en Cristo deseando alcanzar su Corazón, hay que llegar al mismísimo Corazón de Jesús. ¿Qué más podríamos desear, conocer, saborear y poseer del ser amado que su corazón?

¡Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío!

                                                                                       Luis Miguel Castillo Gualda

                                                                          Rector de la Basílica del Sagrado Corazón (Valencia)

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