Con la ya prolongada privación de celebración de los sacramentos de forma normalizada, debido al confinamiento que sufrimos, quizá comprendamos mejor a los que ya la padecieron antes que nosotros por otros motivos, por cierto motivos muy inhumanos: reclusos en los campos de concentración, épocas de guerra, prohibiciones injustas y despóticas de los estados marxistas, que pretendían anular las manifestaciones religiosas de los pueblos, incluso hoy día, sabemos, aunque se prefiera mirar para otro lado, que en el Reino Islámico de Arabia Saudí, está prohibida la libre celebración de la liturgia cristiana. Luego es fácil hablar del encuentro de civilizaciones y de la convivencia, pero si no se expurgan las leyes injustas, todo será mera palabrería.
El caso es que el dichoso virus nos ha disuelto la placidez, en este mundo primero
que sobreabunda de muchas cosas menos de Fe. La paz la hemos fundado demasiado en el bienestar, tal que si desaparece éste, perdemos fácilmente la calma. Además estamos observando cómo la muerte, que siempre parece algo lejano, nos pasa cerca. A cualquiera le puede afectar letalmente este virus pandémico. No es que las gentes mueran en lugares lejanos, muere mi vecino y eso nos provoca angustia e incertidumbre.
Entonces conforme van pasando los días de esta octava de Pascua, nos podríamos preguntar ¿dónde están las alegrías del Resucitado? Porque la gran alegría Pascual sigue existiendo. Cristo más allá de nuestros estados de ánimo, individuales o sociales, ha resucitado, el dato es real, objetivo y si se ha dado un acontecimiento de tamaña magnitud salvadora, tenemos motivos sobrados de Esperanza. Nuestras calamidades no disminuyen en nada la obra de Dios en nosotros, que no depende de nuestras emociones ni sentimientos, aunque las englobe
que sobreabunda de muchas cosas menos de Fe. La paz la hemos fundado demasiado en el bienestar, tal que si desaparece éste, perdemos fácilmente la calma. Además estamos observando cómo la muerte, que siempre parece algo lejano, nos pasa cerca. A cualquiera le puede afectar letalmente este virus pandémico. No es que las gentes mueran en lugares lejanos, muere mi vecino y eso nos provoca angustia e incertidumbre.
Entonces conforme van pasando los días de esta octava de Pascua, nos podríamos preguntar ¿dónde están las alegrías del Resucitado? Porque la gran alegría Pascual sigue existiendo. Cristo más allá de nuestros estados de ánimo, individuales o sociales, ha resucitado, el dato es real, objetivo y si se ha dado un acontecimiento de tamaña magnitud salvadora, tenemos motivos sobrados de Esperanza. Nuestras calamidades no disminuyen en nada la obra de Dios en nosotros, que no depende de nuestras emociones ni sentimientos, aunque las englobe
Lo que ocurre es que en nuestras circunstancias se requiere excavar más en el corazón hasta penetrar a nivel de corazón profundo y allí encontrar la paz duradera y los frutos de la Pascua del Señor. Hermanos, hay que saber cocer el pan de nuestra existencia. Como hace un panadero así debemos también nosotros actuar. Amasando la harina, o sea trabajando nuestra vida, pues nadie que sea insolente y se eche a dormir verá crecimiento en su vida espiritual. Se requiere además de calor, como un panadero cuando mete la masa en el horno ardiente y sabe esperar el momento oportuno para ni sacar el pan antes de hora, pues estará crudo, ni con tardanza porque lo tendrá quemado. De forma análoga tenemos que cocer nuestro pan de la vida con el calor del amor.
Recuerdo muchas veces lo que me dijo una religiosa contemplativa de clausura, cuando perdí a mi amado sobrinito Pablo, a causa de una enfermedad incurable. Muchos intentaban consolarte, no dudo que con buena intención, pero fracasaban en el intento, porque recurrían a un discurso hecho para el caso, estereotipado, para otros quizá refugiados en una visión demasiado simplista de la religión, parece que todo fuera fácil de aceptar casi con una sonrisa, nada ni nadie te consuela en una pérdida tal y el silencio es a veces, acompañado de la Fe, la mejor forma de acompañar al que sufre. Pero la sobria frase de aquella mujer de Fe, retorna continuamente a mi memoria y me ilumina para afrontar la vida y sus crudezas. “A partir de ahora aprenderá a vivir de otra forma, a alegrarse llevando la herida en el corazón, como María”.
Así es, la alegría, como la vida, es dada a luz entre dolores. Y se aprende a vivir y vivir gozando mientras se guarda lo más precioso (gozoso o doloroso) en lo íntimo del corazón. Tenemos que aprender tanto de María… No olvidemos que nuestro Redentor, Cristo, Resucitado sigue llevando las cicatrices de sus llagas, como memoria perenne de su Pasión. Éste es pues el camino para los que nos ha tocado vivir la Pascua en este tiempo de pandemia.
Paso a paso, leyendo en los Evangelios de estos días las apariciones del Resucitado, nos acercamos al domingo de la octava Pascual.
Lo primero que cabe destacar es que las apariciones del Señor son al día octavo, el día que está más allá del sábado hebreo, el día de Cristo, por eso desde la primera comunidad ha sido esencial para la iglesia la sinaxis eucarística en el domingo o día del Señor, es el día en que la iglesia cobra identidad, se edifica. La Pascua así trae como primer fruto la redención del tiempo, pues el día dedicado a la gloria del Dios creador, es el día dedicado a la memoria de Cristo Resucitado,que se nos aparece como a los apóstoles bajo el velo de la FE
Recuerdo muchas veces lo que me dijo una religiosa contemplativa de clausura, cuando perdí a mi amado sobrinito Pablo, a causa de una enfermedad incurable. Muchos intentaban consolarte, no dudo que con buena intención, pero fracasaban en el intento, porque recurrían a un discurso hecho para el caso, estereotipado, para otros quizá refugiados en una visión demasiado simplista de la religión, parece que todo fuera fácil de aceptar casi con una sonrisa, nada ni nadie te consuela en una pérdida tal y el silencio es a veces, acompañado de la Fe, la mejor forma de acompañar al que sufre. Pero la sobria frase de aquella mujer de Fe, retorna continuamente a mi memoria y me ilumina para afrontar la vida y sus crudezas. “A partir de ahora aprenderá a vivir de otra forma, a alegrarse llevando la herida en el corazón, como María”.
Así es, la alegría, como la vida, es dada a luz entre dolores. Y se aprende a vivir y vivir gozando mientras se guarda lo más precioso (gozoso o doloroso) en lo íntimo del corazón. Tenemos que aprender tanto de María… No olvidemos que nuestro Redentor, Cristo, Resucitado sigue llevando las cicatrices de sus llagas, como memoria perenne de su Pasión. Éste es pues el camino para los que nos ha tocado vivir la Pascua en este tiempo de pandemia.
Paso a paso, leyendo en los Evangelios de estos días las apariciones del Resucitado, nos acercamos al domingo de la octava Pascual.
Lo primero que cabe destacar es que las apariciones del Señor son al día octavo, el día que está más allá del sábado hebreo, el día de Cristo, por eso desde la primera comunidad ha sido esencial para la iglesia la sinaxis eucarística en el domingo o día del Señor, es el día en que la iglesia cobra identidad, se edifica. La Pascua así trae como primer fruto la redención del tiempo, pues el día dedicado a la gloria del Dios creador, es el día dedicado a la memoria de Cristo Resucitado,que se nos aparece como a los apóstoles bajo el velo de la FE
para liberarnos, para resucitarnos, haciendo posible que volvamos a vivir del y para el amor. Este día del que vivimos el resto de la semana, nos rescata de nuestros temores, pues también nosotros, como sucedía con aquellos discípulos por miedo a los judíos, estamos ahora con temor encerrados en nuestras casas, no por miedo a ningún hebreo, sino al pernicioso virus que quita vidas y todo hay que decirlo, en ausencia del virus, también solemos vivir excesivamente a puerta cerrada, por miedo a los demás, viendo amenazas en los otros hombres, ¿cuándo replegarse en sí mismo trajo nada bueno?
Equivocamos mucho el camino de la vida, solemos derramarnos y vivir dispersos, rotos, cuando hay que centrarse y entrar en el corazón para alcanzar el señorío de nuestra vida y, sin embargo, solemos replegarnos, que no penetrar el corazón, cuando toca abrirse hacia el prójimo y la vida con sus consecuencias. Todo al revés. Luego de casi todo hacemos culpable a Dios, claro.Este domingo ha sido llamado también de la divina misericordia. Hablar de misericordia nos pone en íntima relación con el Corazón del Salvador, pues es desde este tabernáculo de donde fluye la misericordia, el amor compasivo, que baja hasta lo más bajo de la vida de los hombres para sanar lo enfermo, regenerar lo caduco y resucitar lo muerto. Y es que a veces nuestras vidas son más propias de muertos vivientes que de vivos mortales.
La fuente por donde mana la misericordia es el corazón del Señor, y como el corazón habla al corazón, la misericordia requiere ser acogida en nuestro pobre y enfermo corazón humano. La misericordia no puede alcanzar a un hombre blindado en seguridades, ni hinchado o satisfecho de sí mismo, ni envalentonado ante Dios, en la vida de un hombre que así se engaña tendrá que darse antes o después un acontecimiento, quizá aciago, que desmorone su sistema perfecto, donde todo parece estar controlado, y lo descoloque, porque el amor es siempre una aventura. Y cuando la misericordia divina entra en nuestro corazón no se detiene hasta cauterizar todas sus heridas y darle nueva vida. Más nos visita la misericordia de Dios, más descubrimos quiénes en verdad somos y qué es lo que estamos llamados a ser. Llegados aquí cabe hablar de cómo actúa la misericordia. Es una fuerza tenaz pero suave, derriba todos sus enemigos con la persuasión del amor, no por coacción. La misericordia nos ayuda para emigrar del reino de los temores, que invaden nuestra psicología más profunda y entrar en la libertad, en la altura, en la paz, en los deliciosos amores. Dios lo consigue todo de aquellos que se dejan dejando el sello de la suavidad en su obra. Mientras la misericordia nos sana el corazón, nos quema, porque aprovecha todo aquello que atenta contra nuestra felicidad y lo transforma en combustible para que arda la llama del amor.¿Quién podría explicar lo que acontece en el silencio profundo de nuestros corazones visitados por el amor divino?
Equivocamos mucho el camino de la vida, solemos derramarnos y vivir dispersos, rotos, cuando hay que centrarse y entrar en el corazón para alcanzar el señorío de nuestra vida y, sin embargo, solemos replegarnos, que no penetrar el corazón, cuando toca abrirse hacia el prójimo y la vida con sus consecuencias. Todo al revés. Luego de casi todo hacemos culpable a Dios, claro.Este domingo ha sido llamado también de la divina misericordia. Hablar de misericordia nos pone en íntima relación con el Corazón del Salvador, pues es desde este tabernáculo de donde fluye la misericordia, el amor compasivo, que baja hasta lo más bajo de la vida de los hombres para sanar lo enfermo, regenerar lo caduco y resucitar lo muerto. Y es que a veces nuestras vidas son más propias de muertos vivientes que de vivos mortales.
La fuente por donde mana la misericordia es el corazón del Señor, y como el corazón habla al corazón, la misericordia requiere ser acogida en nuestro pobre y enfermo corazón humano. La misericordia no puede alcanzar a un hombre blindado en seguridades, ni hinchado o satisfecho de sí mismo, ni envalentonado ante Dios, en la vida de un hombre que así se engaña tendrá que darse antes o después un acontecimiento, quizá aciago, que desmorone su sistema perfecto, donde todo parece estar controlado, y lo descoloque, porque el amor es siempre una aventura. Y cuando la misericordia divina entra en nuestro corazón no se detiene hasta cauterizar todas sus heridas y darle nueva vida. Más nos visita la misericordia de Dios, más descubrimos quiénes en verdad somos y qué es lo que estamos llamados a ser. Llegados aquí cabe hablar de cómo actúa la misericordia. Es una fuerza tenaz pero suave, derriba todos sus enemigos con la persuasión del amor, no por coacción. La misericordia nos ayuda para emigrar del reino de los temores, que invaden nuestra psicología más profunda y entrar en la libertad, en la altura, en la paz, en los deliciosos amores. Dios lo consigue todo de aquellos que se dejan dejando el sello de la suavidad en su obra. Mientras la misericordia nos sana el corazón, nos quema, porque aprovecha todo aquello que atenta contra nuestra felicidad y lo transforma en combustible para que arda la llama del amor.¿Quién podría explicar lo que acontece en el silencio profundo de nuestros corazones visitados por el amor divino?
envíala desde tu sagrado
corazón, que nos anegue como un torrente de gracia
que fluye y arrastra hasta la vida eterna!
¡Ayúdanos a ser creyentes y no incrédulos, como has dicho en el Evangelio de hoy a Tomás,
porque el que confía en Ti jamás se verá defraudado!.
¡Amén!.
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón de Valencia




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