Hemos iniciado con la celebración de la Pascua del Señor un día sin igual que
se prolongará espiritualmente durante toda la cincuentena pascual y que tendrá su
eco domingo tras domingo durante todo el año litúrgico, pues en el día del Señor
celebramos su resurrección.
Celebramos el acontecimiento central de la historia de la Salvación, la victoria sobre la muerte del Mesías, Nuestro Señor Jesucristo. Este acontecimiento de gracia y redención derrama Esperanza sobre nuestras frágiles vidas, que tantos dolores y sufrimientos, tantos límites y pecados, experimentan. Si Cristo ha tenido victoria sobre la muerte, también el amor de Dios tendrá victoria en nuestras vidas. Como
diría San Juan Crisóstomo “que nadie llore que ha caído una y otra vez, porque el perdón ha resucitado de la tumba”. Y no sólo en nosotros, individualmente, derrama esta Pascua Esperanza y alegría, sino sobre la sociedad de los hombres, que juntos padecemos esta cruel pandemia.
También entre las tinieblas del corona-virus brilla la luz poderosa de Cristo Resucitado. No olvidaremos ciertamente esta Pascua celebrada domésticamente y confinados, con limitación de libertad exteriormente pero muy libres de volar alto en nuestros corazones…
Lo primero que querría compartir con vosotros es el recorrido por la historia de salvación que hicimos en la noche santa de la vigilia pascual, en la que contemplábamos a Dios como creador y preocupado siempre por el hombre, empeñado en restaurar su alianza y reparar el corazón enfermo de los hombres por culpa no tanto de un virus cuanto del mal, el pecado. El culmen de esta historia de amor entre Dios y el hombre se alcanza con Cristo, y concretamente con su encarnación pasión resurrección. Nosotros, cristianos, en virtud del Bautismo, estamos unidos a la muerte y resurrección del Señor, o sea hemos entrado en la dinámica de muerte al mal y resurrección al amor durante nuestra existencia hasta que participemos en la muerte final y con Cristo escapemos de la muerte eterna para entrar en la vida eterna. Esta es nuestra Fe. Así lo creemos y queremos creer.
Cuando iba a morir S. Agustín en Hipona rodeado del asedio de los vándalos, la gente se quejaba de estar pasando por malos tiempos, el santo respondía “los tiempos son malos, vivamos bien y tendremos buenos tiempos” (mala tempora, bene vivamus et bona sunttempora). Por tanto en lo que debemos empeñarnos es en hacer el traspaso de la buena vida a la vida buena, de la vida cacareada por el espíritu mundano, apoyada en el frágil cimiento del bienestar a la vida buena, vida nueva, vida en Cristo, una vida resucitada, o sea recuperada para el amor. Es decir, la entrega de nuestro corazón al amor abre caminos insospechados en medio de los más grandes sufrimientos y esto es posible porque contamos con Cristo.

El Resucitado dice a las mujeres a las que se aparece “no temáis”. Igualmente nos lo dice hoy ante esta pandemia “no viváis esclavos del temor” “seguid siempre adelante” “yo estoy con vosotros”. Pasaremos esta gran prueba, porque nos precede el gran caudillo Cristo, invicto ante la muerte. Gocemos de sus amores que nos alegrarán, porque el Resucitado también dijo “alegraos” y esa alegría se hace presente también aquí y ahora entre nosotros pues la alegría es dada a luz, como la vida, en el dolor. Que de esta oscuridad tan grande por la epidemia presente surjan también cosas bonitas, que muchos corazones se eleven suplicando el amor de Dios.
Por último Cristo al resucitar invitó a las mujeres a decir a los discípulos que lo encontrarían en Galilea, donde empezó la cosa, el seguimiento del Señor. Pues en nuestras Galileas cotidianas, nuestros ambientes vitales, lugares de trabajo, comunidades, familias y parroquias, ahí encontremos al Salvador, no vayamos a lugares lejanos ni extraños, pensando que allí está más la presencia de Dios. Dios está en tu corazón, no lo olvides. Oh luz de Cristo, inunda nuestras vidas, ilumina lo más recóndito de nuestro corazón, para que sea un tabernáculo capaz de vivir del amor y para el amor, sin conformarse con nada que no sea la vida eterna.
¡Victoria, Victoria, Victoria de
Cristo!.¡Sea dada a Él toda gloria!.
Cristo ha resucitado ¡Aleluya!.
Verdaderamente ha resucitado ¡Aleluya!.
Luis Miguel Castillo Gualda
Rector del Sagrado Corazón
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