lunes, 20 de abril de 2020

FIESTA DE SAN VICENTE FERRER 2020



¡Ay de mí si no predico el Evangelio! 

Terminada la octava de la Pascua, celebramos en Valencia a nuestro patrón S. Vicente Ferrer. La vida cristiana de Vicente, como la de cada uno de nosotros, es un fruto de la Pascua de Cristo, pues somos ungidos del Señor, capaces de vivir una vida nueva consagrada por el amor de Dios. Está en nuestra libertad lo que queramos hacer con nuestra vida. 

Nuestro universal Vicente pertenece a ese grupo de elegidos de 


Dios, al que siempre acompañaron los prodigios o manifestaciones intensas de la gracia divina. En Dios, elegir nunca supone privilegio, sino signo, Dios elige a alguno para que sea instrumento para el bien de otros muchos. Así, nuestro santo, como los apóstoles, realizó grandes signos o milagros, cuyo valor no es otro, sino hacer presente el Reino de Dios. Como canta uno de los himnos dedicados al famoso dominico, Vicente fue tactus e caelis“tocado por el cielo”, pero decidme ¿quién de nosotros no está también en algún modo tocado por los cielos cuando hemos sido bautizados, ungidos con el óleo del amor de Dios? Ciertamente el amor de Dios hace nuevo todo lo que invade.

San Vicente llevó a cabo su ministerio como sacerdote dominico en una sociedad nada fácil. Lo digo porque tendemos siempre a caer en el tópico de que los tiempos anteriores eran mejores. No es así, no. Había pasado la peste y la iglesia sufría división con el cisma de Aviñón y por el sur de Francia se propagaban algunos movimientos religiosos que se alejaban de la Fe de la Iglesia. En este contexto Vicente recibe una palabra venida de Dios “¡Vicente, levántate y ve a predicar!” que es como un eco de la palabra de Cristo cuando resucitaba un muerto “¡levántate!” y de la misma llamada pascual de Cristo cuando invita a sus discípulos a ir por el mundo a predicar el Evangelio. En efecto, la faceta fundamental del famoso dominico valenciano es la predicación. Fue un gran predicador de la Palabra de Dios. ¡Ay de mi si no predico el Evangelio! dice S. Pablo en 1Cor 9,16. Por tanto en nuestras circunstancias personales y sociales, sean las que sean, preguntémonos si nos lanzamos a la aventura de predicar, de transmitir la buena nueva del Evangelio, y ello, con palabras y obras, pero quizá más que con palabras, con nuestra propia vida.

Sabía Vicente que mientras que hay hombre nada hay perdido en el orden de la gracia. Dios saca hijos de Abrahán de debajo de las piedras y donde hubo un gran pecador puede llegar a haber un hombre poseído por el amor del Señor. Por eso su mensaje es un mensaje esencialmente de llamada a la conversión, “¡temed a Dios y dadle honor!”,
solía decir el gran valenciano, inspirándose en el Apocalipsis. Así arrancó del error a muchos hombres persuadidos por el movimiento valdense y cátaro, haciéndoles ver que la salvación no está en refugiarse en grupos de “perfectos”,
sino en entregarse a la penitencia, al arrepentimiento en el seno de la gran comunidad de la iglesia, pues de nada vale sentirse limpio fuera del mundo y de la iglesia, por pecadora que sea, sino que se trata de purificar nuestro propio corazón asumiendo la debilidad que nos rodea. Estamos entrelazados y formamos parte de un mismo cuerpo de humanitas y de christianitas, o sea de la humanidad y de la Iglesia.  

 Dicen que todos los que escuchaban a Vicente le entendían aunque hablase en diversa lengua y es que el amor es la lengua universal de los hombres. Ama et quod vis fac, “ama y haz lo que quieras” decía S.Agustín. Nosotros solemos hacer lo que queremos pero sin amar, nuestro obrar no siempre está inspirado, no nace del amor, por eso es muchas veces estéril, ya que sólo el amor genera vida. No podemos dejar de destacar que, ante todo, la eficacia comunicativa de la predicación de S. Vicente se debe también en parte a su unidad y coherencia de vida. Su misma vida, entregada a Dios, era garantía de la verdad que predicaba.
 Ya S.Agustín había postulado un aforismo que lo expresa con claridad copia dicendi forma vivendi, decía el gran pastor Agustín, es decir “la mejor elocuencia es nuestra forma de vivir”. Si somos grandes teóricos, pero nunca nos entregamos a la práctica pastoral ni nunca secundamos la llamada de Dios en la oración, de poco sirve nuestro discurso. 
Si predicamos una cosa, pero creemos otra o vivimos instalados en otra, no digo ya que no erremos y pecando hagamos otra, sino que justifiquemos esa otra vida que rompe la unidad y provoca el mal de la doble vida, entonces de poco valen nuestras palabras. Pero Vicente, como los apóstoles, era transparencia de Dios, lo que le iluminaba el cielo y cocía en su corazón, salía por su lengua y tocaba lo más profundo de los oyentes. Ciertamente que se nos podría objetar, que en aquella época el hombre estaba más abierto al mensaje religioso. Sí, entonces se levantaban catedrales, ahora edificios de banca y bolsa. La sociedad antes tenía una vida más difícil, pero ahora puede que sea el hombre quien es más difícil, porque se ha endurecido ante Dios, pero ¿qué corazón se resistirá ante los embates del amor divino? Nosotros hagamos nuestra parte, la suya ya la hará Dios, como sólo Él puede y sabe hacer.




Que nuestro San Vicente nos proteja e interceda por nosotros en medio de la calamidad de la pandemia 
y dado que el amor de Cristo nos urge (2 Cor 5, 14). 

¡Levantémonos también nosotros, como hizo aquel gran santo dejando la vanidad de la corte, 
y vayamos a predicar el Evangelio!.

¡Así sea!  


Luis Miguel Castillo Gualda.
Rector del Sagrado Corazón 



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