Celebramos hoy, queridos hermanos, el tercer domingo de Pascua, de esta
Pascua singular que estamos viviendo todos en reclusión, cuando otras veces era
una época muy expansiva, en la que salíamos a pasear y celebrar la victoria de
Cristo, tal vez en el entorno natural viendo jugar a los niños. En fin, la vida trae y la
vida lleva. Todo pasa, Dios permanece. Pero la reclusión del cuerpo no conlleva la
del espíritu, que siempre está dispuesto para volar y volar bien alto, alcanzando a
ver más de lejos, que cuando todo va bien, ya que nos suele suceder que en la
bonanza nos relajamos en exceso; pero en las situaciones de sufrimiento, el hombre
puede agudizar no sólo su ingenio, sino que también su espíritu, dirigiendo la
mirada interior a Dios.
Las lecturas de la Eucaristía de este domingo nos ayudan
precisamente a ello, a fijar nuestra mirada en Cristo Jesús. En la primera lectura tomada de los Hechos de la Apóstoles, volvemos a escuchar a S. Pedro en uno de sus grandes discursos pascuales, hoy correspondiente al día de Pentecostés.
precisamente a ello, a fijar nuestra mirada en Cristo Jesús. En la primera lectura tomada de los Hechos de la Apóstoles, volvemos a escuchar a S. Pedro en uno de sus grandes discursos pascuales, hoy correspondiente al día de Pentecostés.

Si reflexionamos con el Evangelio, lo primero que observamos es como se
presenta el día del encuentro de los discípulos de Emaús como el primer día de la
semana, o sea el día del Señor, el dies dominica, el domingo. La comunidad cristiana
se reunía para celebrar la Eucaristía el día posterior al sábado de los hebreos, para
distinguirse de ellos, en memoria de la resurrección, que fue al tercer día, o sea el
día siguiente al sábado. Jesús hace así avanzar el Antiguo Testamento hacia el
Nuevo, la Ley hacia la Gracia, el sábado hacia el domingo, abriendo la puerta para
acceder a algo nuevo, preparado por Él, así es el Señor. Si entramos por esta “puerta” alcanzaremos algo nuevo, todo lo que somos no dejaremos de serlo, sino
que se perfeccionará, o sea progresará en el amor, todo lo que eres y tus ingenios
para el mal, se transformarán en instrumentos para el bien, porque el que vive en
Cristo, se une tan indisolublemente con Él, que corre la misma suerte que su Señor,
alcanzando una vida para el Bien sin vuelta atrás. Lo malo de nuestras vidas
titubeantes es que volvemos mucho para atrás, pero quien atraviesa ciertos
umbrales ya no regresa, esta es la liberación del amor. Dichosos quienes la viven.
En definitiva Cristo y su Resurrección redimen el tiempo, haciéndonos entrar
en la dinámica del día primero o día tercero o día octavo, es la misma realidad, se
trata del más allá vivido en el más aquí, la vida en Cristo que es anticipación de la
eternidad, y todo esto se nos brinda en la celebración de la Sacratísima Eucaristía.
Como dice el Evangelio de hoy “lo reconocieron al partir el pan”.
La fractiopanis,
“fracción del pan”, es uno de los rituales más antiguos de la liturgia cristiana, y hace
referencia a la Sagrada Eucaristía. Vivimos de la Eucaristía, pero dice el evangelio
que Él, el Señor, desapareció. Así es la vivencia de la mística sacramental. Todos,
cada uno a su forma, unos más y otros menos, reconocemos al Señor en la fracción
del Pan, que es siempre un paso intenso, pero rápido. Jesús pasa, lo reconoces, en
la FE, pero desaparece. Todos sentimos el deseo de que se quede con nosotros, como
aquellos de Emaús, pues atardece, o sea experimentamos que todo llega a su fin,
todo lo que es fuente de alegría y de goce en esta vida, al fin se acaba, sólo Dios
permanece. Así la Eucaristía es la mayor teofanía (manifestación de Dios) que
poseemos como iglesia peregrina. Un pan no sagrado por los votos de los fieles, sino
consagrado por la unción del Espíritu Santo, un pan entregado, por eso partido por
nosotros, pues Jesús es siempre dado, no reservado, repartido entre todos, para
congregarnos uniéndonos a todos en un mismo cuerpo.
Cabe por tanto preguntarse si en estas semanas de confinamiento, en ausencia
de celebración y de congregación de la comunidad creyente, sentimos más hambre
de Cristo, de Cristo Eucarístico, y más hambre de iglesia, más hambre también
necesariamente de justicia, de bondad y de misericordia, que son la carta de
presentación de una vida de verdadera devoción eucarística.
Hermanos y amigos, si confinarnos nos conduce a aislarnos, a replegarnos, a
defendernos, a desconfiar, mal camino llevamos, mas si esta reclusión la
impregnamos de amor de Dios, saldremos de ella mejores adoradores de Cristo en
la Santísima Eucaristía, adoradores en espíritu y en verdad, entonces
reconoceremos fácilmente al Señor Jesús “al partir el pan”.
Hemos pecado mucho Señor, hemos sido frívolos, insensibles y tibios, quizá no merecemos lo que te pedimos, pero no olvides Señor, que somos tuyos, tuyos somos Señor, cuídanos como un pastor a su grey, por tu honor, porque Tú eres bueno y amigo de los hombres, sácanos de esta calamidad y daremos gloria a tu nombre!
Amén
Luis Miguel Castillo Gualda.
Rector de la Basílica del Sagrado Corazón
Valencia
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